El trabajo sexual plantea problemas más allá de la clausura de locales

Condones

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Mientras algunas mujeres trabajan en casas de tolerancia ‘vip’, que cuentan con servicios de alimentación, limpieza, control médico y seguridad privada, hay otros sitios en donde el trabajo sexual se realiza en condiciones de riesgo.

Actualmente existen tres zonas en Quito en las cuales años atrás se reubicaron locales para esta actividad. En el norte está el sector llamado La Cristianía, en el sur, Quitumbe y en el centro, La Cantera. Pero centenas de mujeres que ejercen la prostitución, lo hacen en locales dispersos por el resto de la ciudad, en night clubs, casas de masajes o en las que hacen contactos por Internet, etc. Muchos de ellos están clausurados o son clandestinos.

“Uno no sabe con quién se mete. Hace dos años a una amiga mía la mataron en un hotel”, dice ‘Fernanda’, una joven de 26 años, que se dedica al trabajo sexual desde los 21 y que ocasionalmente labora en un local clausurado en el sur de Quito. Aunque se trata de un lugar en soletas, donde no reciben alimentación ni material de aseo básico y que está amoblado y equipado a medias, ella y sus compañeras se sienten más seguras trabajando allí que en la calle.

En cualquier lugar están expuestas a tratar con distinto tipo de hombres. Algunos son tranquilos y, dentro de lo posible, respetuosos. Pero otros son agresivos y ellas coinciden en que afuera hay más riesgos. “Aquí por lo menos los dueños tocan la puerta, están pendientes. Hace tres semanas un tipo le faltó el respeto a una amiga y nosotros respondimos por ella. La querían estropear”.

Jamilé dice que la gente en la calle les hace más daño y que allí los gritos para pedir ayuda no sirven de nada. Pero admite que a veces su situación económica las obliga a pararse en una vereda a esperar por clientes. También han optado por viajar. Juntas o solas se han aventurado a pasar unos días en Loja, Cuenca, algunos bares de la Amazonía, para reunir algo de dinero.

Otro problema y de difícil solución es el proxenetismo, según ‘Roberto’, socio de un burdel en el sur de la ciudad, desde hace 18 años. Él afirma que durante todos los años que lleva en este negocio ha visto mujeres golpeadas y abusadas por sus parejas. Suelen quitarles el dinero, dice, para financiar vicios.

Dos jóvenes que trabajaban en un local que también fue clausurado, dicen que la experiencia es distinta, dependiendo del sitio donde se emplean. En unos, como aquel al que asistían y que también fue cerrado por las autoridades en el norte de Quito, les han dado flexibilidad de horario según sus necesidades familiares y educativas. Pero en otros, es común que les impongan horarios de trabajo y que no haya consideraciones de salud y seguridad para ellas y para los usuarios.

Por eso, Lourdes Torres, de la Asociación pro Defensa de la Mujer, cree necesario encontrar un punto de consenso para que luego se pueda contar con casas de tolerancia seguras, aseadas, con garantías de salud, protección y alimentación para las trabajadoras sexuales. Ha mantenido reuniones con los diversos sectores y con autoridades de control, para plantear posibles soluciones.

En esa casa de tolerancia, por ejemplo, Torres conversó con ‘Saúl’, el dueño, y le pidió que realizara mejoras, para pedir que le permitan abrirlo nuevamente. Solicitó que lo pintaran, asearan, arreglaran el piso de cemento y se tomaran medidas de asepsia. Los locales deben tener cámaras de seguridad, guardianía privada, cuartos en buen estado, etc.

Ella considera que se debe entender que si cierran un local, abrirán otro, porque “este es el trabajo más antiguo del mundo y nadie lo va a desaparecer. Yo he pedido una mesa de diálogo con todos los locales: abiertos y cerrados. No podemos seguir en el juego del gato y el ratón”. Lo importante, dice, es velar por los derechos de las trabajadoras sexuales.

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