Dimitri Barreto. Editor
Los niños de torsos desnudos caminan deprisa detrás de los uniformados, seducidos por los M-16 y las botas de cuero café. “¿Usted es militar?”, pregunta Onorio, hijo de una mujer awá ecuatoriana y de un mestizo colombiano. El cabo García no responde; conserva la mirada imperturbable sobre los amplios balcones de madera de las casas de Tobar Donoso.
“¿Y ese es un fusil?”, insiste el pequeño de 5 años. El soldado parece sonreír y asiente tres veces con la cabeza, sin mirarlo. “Aquí todos agradecemos la presencia del Ejército, pero los soldados casi no bajan al pueblo”, reclama Manuel Rodríguez, vicepresidente de la Junta Parroquial en Tobar Donoso, un poblado levantado a orillas del río San Juan, el límite entre Ecuador y Colombia, al noroccidente de Carchi.
40 casas con techos de zinc y callejones de tierra conforman la aldea. Una cruz, una cancha, la Tenencia Política y la planta de agua son las únicas estructuras de cemento. “La planta de agua dejó de funcionar; estamos sin servicio”, dice Rodríguez. El Ejército y la Tenencia Política son en realidad los únicos nexos entre los pobladores de Tobar Donoso y Ecuador.
La aldea parece una extensión de Colombia. Los habitantes compran y venden en pesos, comercializan sus productos en Llorente, población de Nariño,
Colombia, a 40 kilómetros río abajo. Y se abastecen del mismo lugar. En Tobar Donoso, cada kilo de sal se oferta a 8 000 pesos (es decir, a USD 4; en Quito un kilo de sal cuesta menos de 50 centavos).
“Todo aquí es caro, porque hay que ir a traer de Llorente, y el viaje en lancha hasta allá cuesta 600 000 pesos (USD 300)”, reconoce Luis Charro Ruano, representante del Gobierno ecuatoriano en la parroquia. Es oriundo de Tulcán, pero desde octubre reside en el poblado; fue nombrado teniente político de Tobar Donoso. “Aquí la vida es tranquila”, refiere la autoridad, quien no cuenta con policías. “Hay personas que se enojan, porque les pido que bajen el volumen de la música o que cumplan el horario de cierre”.
Junto a la despensa del pueblo hay un amplio local de diversión, con mesas de billar y altoparlantes. Al lugar llegan colombianos a escuchar rancheras y vallenatos y a beber cerveza, también traída desde Llorente.
“Por aquí no se ha visto presencia de grupos armados”, enfatiza Charro, al igual que el teniente Jonathan Aguayo, comandante del destacamento del Ejército Tobar Donoso. Su puesto militar se encuentra en la cúspide de un cerro, a 1 kilómetro cuesta arriba del pueblo. Una antena de comunicaciones, puestos de vigilancia, dormitorios, estructuras en construcción y un helipuerto abastecen a dos oficiales y a medio centenar de soldados de tropa.
Aunque la parroquia está en Carchi, el destacamento, levantado en medio de un bosque subtropical, depende operativamente del Batallón de Infantería Motorizada 13 (Bimot-13, con 300 hombres), asentado en Esmeraldas. La antena y el helipuerto son vitales para los soldados, al menos para su conectividad. En la zona, ese es el único sitio con señal de radio y televisión ecuatoriana.
A la aldea ni siquiera han llegado noticias de los cortes de luz, porque no existe una red de energía eléctrica, sino generadores a combustible, el cual también llega de Colombia, así como la televisión, la música y hasta la señal de la radio de las FARC.
Para llegar a Tobar Donoso no hay carretera. Los accesos desde las áreas pobladas más cercanas de Ecuador son dos: a pie (tres días de caminata desde Chical) o en helicóptero. Los militares ingresan en un helicóptero MI del Ejército, el cual lleva abastecimientos: alimentos no perecibles, utensilios, medicinas…
“Aquí todo lo que sembramos se pudre”, relata Rodríguez, un awá de 38 años, padre de dos hijos. “Queremos la carretera y no vemos que el Gobierno se acuerde de nosotros. La fama es cuando hay votaciones; votaciones, venimos, pero después olvida de Tobar Donoso. Sembramos la finca con piña, plátano chileno, maíz…; da provisión y no hay a quién vender”. Pero la apertura de una vía es un asunto que no se debe negociar, según los militares.
Inteligencia señala que una ruta convertiría a la ahora aparentemente apacible Tobar Donoso en un puerto de las mafias del narcotráfico, que operan en el suroeste de Colombia, y en sitio de abastecimiento para la guerrilla o zona de paso para los grupos delictivos. Según el coronel Wilson Salinas, comandante del Bimot-13, las principales amenazas del sector son la columna Daniel Aldana del Frente 29 de las FARC (que opera en Nariño), así como la presencia de grupos delictivos como las Águilas Negras (disidentes de paramilitares de Colombia).
El destacamento de Tobar Donoso domina la explanada. Desde allí se divisa Colombia. En las tierras del vecino país hay matas de coca que crecen bajo hojas de banano. Si nadie compra la cosecha tradicional de la parroquia ecuatoriana, ¿de qué viven sus 760 pobladores?
“De playar oro”, asegura Ólver Minda, un fornido afrodescendiente de 19 años, quien admite que pasa a trabajar a Colombia, pero “solo a coger oro del río”. El Teniente Político niega que haya pobladores que trabajen en plantaciones de coca en Colombia.
“La gente de aquí vive de la sacada artesanal de oro”, dice Charro. “Cogen su batea y van a playar a las riberas del río. Se sacan dos o tres granitos y los venden a 9 000 pesos; a veces hacen 27 000 pesos al día. Hay un señor que les compra aquí. Otra parte vive de la explotación de madera”.
“Cuando no hay venta, sí salimos a Colombia -reseña Rodríguez- pero a Llorente, a buscar productos para vender y hacer ganancia; se trae arroz, azúcar, todo lo de la tienda. También medicinas, porque no tenemos ni doctor”.
Oficialmente, el único médico que ingresa a la aldea es Carlos Navas. Hace tres años se enroló en el Ejército, tras estudiar Medicina en Quito. Desde 2008 está asignado al Bimot-13. “Los mayores problemas en Tobar Donoso son las mordeduras de serpientes, los cuadros traumatológicos, las infecciones gastrointestinales por el agua y las infecciones respiratorias en invierno”, dice el Capitán de Sanidad, quien tiene su puesto de operaciones en la capital de Esmeraldas y aprovecha sus dos visitas al mes a la aldea para, además de controlar la salud de los soldados, atender a pobladores.
“Este año se han presentado cuatro pacientes que hemos tenido que evacuar de Tobar Donoso, por picaduras de serpientes equis y coral. Contamos con el helicóptero Lama, de la Marina, que pertenece al Comando de Operaciones Norte”, dice Navas, de 31 años y responsable del uso de los sueros antiofídicos en el Bimot-13.
“Los sueros vienen de Colombia y para cada picadura se necesitan tres o cuatro. Cada suero cuesta USD 150, el problema es que por la guerrilla no se comercializa en farmacias, sino que se maneja por medio de un convenio con las FF.AA. Tenemos sueros suficientes para cualquier emergencia”.
En Tobar Donoso, el Teniente Político demanda de los militares que bajen con más frecuencia a la aldea o que al menos se construya un puesto de vigilancia en la entrada. “El destacamento está muy alejado”. Lo más importante no es la presencia, lo más importante es la Inteligencia, sostiene el coronel Salinas.
Rodríguez pide que se legalice a los colombianos que viven en la parroquia, como Onorio Huanda, quien llegó al lugar hace 10 años, enamorado de una indígena awá. “Usted sabe que el amor lo lleva a uno lejos”, dice el extranjero, padre de dos ecuatorianos.
El pequeño de 5 años, que lleva el nombre de su padre, no se despega del cabo García. Ya no hace preguntas. Más bien frunce el ceño, finge que carga un fusil y mira al otro lado del río, casi cerrando los ojos, igual que el boina roja.
Los operativos
Para el mando del Bimot-13, el destacamento de Tobar Donoso es estratégico. Desde allí se realizan patrullajes, hacia Corriente Larga, al oeste, y La Guaña, al este. “Este año se han destruido 20 laboratorios y dos campamentos abandonados. En una base en el sector del Pan encontramos armas, drogas y equipo de comunicación”.
Según el comandante del Ejército, Ernesto González, “los grupos ilegales evitan confrontar con nosotros. Ellos encuentran descanso, recuperación, abastecimiento. Cuando descubrimos un campamento, ellos huyen. Hemos tenido enfrentamientos esporádicos”.
En la parroquia hay 760 habitantes: 192 en la cabecera cantonal y el resto en cinco comunidades cercanas.