Un grupo de rescatistas conformado por miembros del Cuerpo de Bomberos y el GOE lograron rescatar a dos personas que se hallaban perdidas en el nevado Cayambe. Foto: Cortesía Bomberos de Cayambe
Pasó casi 48 horas soportando temperaturas extremas, sin agua y sin alimento en el nevado Cayambe. Edwin Arias – padre de tres hijos, abuelo y apasionado de las montañas-, subió a la montaña, junto con su amigo Marcelo Carrillo, el sábado 18 de junio del 2016, a las 20:00. Su intención era coronarlo; pero, debido a las condiciones extremas se perdieron y fueron rescatados a las 16:00 del lunes 20, por miembros del Cuerpo de Bomberos de ese cantón y del Grupo de Operaciones Especiales (GOE).
Arias cuenta lo que vivió durante esas horas que permaneció perdido en el nevado.
“Yo solo había visto ese tipo de momentos en la televisión. Jamás pensé que algo así podía pasarme. Yo trabajo en la Dirección de Desarrollo Económico del Municipio de Cayambe y soy administrador de dos mercados: del Centro Comercial Popular y del Mercado de Juan Montalvo.
Tengo 46 años y me empezó a apasionar el montañismo hace 18 años. Fue en una visita al nevado Cayambe cuando observé que un grupo de extranjeros descendía de la montaña y me pregunté ¿cómo es que gente de otro país viene y culmina el nevado y yo que soy cayambeño no puedo hacerlo?
La primera vez que intenté subir al Cayambe fue en el 2008, pero no lo logré por el clima. Sin embargo pude hacerlo en el 2010. Hasta el momento he coronado ocho montañas en todo el país entre las cuales están el Cotopaxi, el Imbabura, Illinizas. Precisamente el fin de semana tenía pensado coronar por segunda vez el Cayambe.
En estas fechas se programó un evento de ascenso a propósito de las fiestas del cantón y como yo soy parte del club de andinismo, decidí participar. En total, unas 30 personas estuvimos. De todos, solo ocho logramos la cima, seis de Quito y dos de Cayambe.
Salimos junto con mi compañero a las 20:00 del sábado, rumbo a la montaña. Llegamos las 20:00 al refugio. Desde allí, ininterrumpidamente caminamos hacia la cima y a las 07:30 del domingo coronamos el nevado. Las condiciones de la cima estaban pésimas. Había viento exageradamente fuerte que amenazaba con tumbarnos. Había neblina que no permitía ver más allá de un metro de distancia.
A mi compañero le dañó el crampón, una parte que tiene picos del calzado que le asegura en el hielo. Así que debimos esperar unos minutos en la cima mientras él lo arreglaba. Las seis personas bajaron y nosotros fuimos los últimos en salir de allí. Lo hicimos solo unos minutos después de ellos, pero los perdimos de vista. Bajamos con cero visibilidad y sin darnos cuenta nos desviamos a mano derecha.
A las 12:00 nos dimos cuenta de que estábamos perdidos. Con Marcelo decidimos seguir bajando, a algún debíamos llegar. Lamentablemente llegamos a una trampa mortal: una pared de 150 metros y teníamos solo una cuerda de 60 metros. A las 13:00 nos encontramos al borde de ese abismo. Hasta las 17:00 intentamos buscar una salida pero no logramos hallarla. Finalmente Marcelo llamó a su hija y le dijo que si en una hora más no encontrábamos salida, reporte que estábamos perdidos.
A las 18:00 decidimos pasar la noche en la montaña en condiciones extremas. En la noche los bomberos se contactaron con nosotros. Subió un grupo de rescate a intentar ayudarnos pero fue imposible. Vimos las luces y nosotros igual les hicimos luces, ese fue el primer contacto. Siempre fui deportista. De joven fui preseleccionado de la selección del Ecuador para participar en un campeonato juvenil de Argentina. Sin embargo, por más experiencia, capacidad física y mental era imposible salir. Era tan complicado que ni el GIR ni el GOE podían acceder.
Los rescatistas localizaron a los alpinistas perdidos, después de que lograron comunicarse con ellos. Foto: Cortesía Bomberos de Cayambe
No teníamos nada de alimento a esa hora. A la salida llevé mermelada panela líquida y en bloque, dos botellas pequeñas de agua. Marcelo llevó maní, chocolates y agua que se terminó en el ascenso. Al final, era tal la desesperación que comencé a comerme el hielo.
Pasar la noche allí fue una pesadilla que no le deseo a nadie. Tenía dolor corporal, estábamos mojados completamente, el frío era extremo y las horas parecían eternas, era como si el tiempo no pasaba.
Amanecimos casi congelados. Sin embargo nunca pensé que iba a morir, no me rendí. El lunes también intentaron rescatarnos pero tampoco pudieron. Apenas a las 16:00 hicimos contacto físico. Los rescatistas entraron por un lugar que solo Dios pudo mostrarles. Kléver Gualavisi, integrante del GOE, vio una especie de gruta por donde lograron encontrarnos. Era como una puerta en medio de las rocas. Llegaron cuatro personas a nuestro rescate. Cuando los vi sentí que estaba salvado.
La salida había estado a unos tres kilómetros a un lado de donde estábamos.
Soy casado y tengo tres hijos y dos nietos. Siento que mi esposa fue una de las personas que me salvó. Ella estuvo allí, congelada, sin comer, esperándome en la parte de las antenas. Ella fue clave en mi supervivencia al igual que mi hijo que también es montañista. Él es médico y estaba trabajando en Quito cuando se enteró que yo estaba perdido. Se puso el equipo y quería llegar como sea donde yo estaba, pero gracias a Dios no lo hizo, era demasiado peligroso.
Una vez que nos encontraron, los rescatistas nos mostraron el camino de regreso. Bajé caminando por mis medios, pero con su ayuda. A ningún momento estuve imposibilitado.
Con la nevada todo estaba cubierto de hielo. Llegué y al primero que vi fui a mi hijo. Cada que pienso en eso siento que Dios me devolvió a la vida porque una persona común y corriente no hubiese resistido. Pasé en la montaña desde las 22:00 del sábado hasta las 21:00 del lunes en condiciones extremas que nos provocaron hipotermia.
En la noche una llamada de mi hijo fue vital. Allí vi la mano de Dios. Todo el mundo quiso contactarme: mis papis, mi esposa, mis amigos, pero cuando estaba temblando con dolor de riñones y de nuca, cuando sentía un frío insoportable, recibí la llamada de mi hijo que me dijo “papi tienes que salir de allí, te espero”. Eso me dio fuerza.
Con mi esposa no pude hablar telefónicamente pero mentalmente hablamos. Yo pensaba en ella le decía ‘no vengas, esto está peligroso, no vengas’, y cuando hablamos a la siguiente noche, me dijo que escuchaba que lo le decía que no venga que no se exponga.
Ella odia las montañas, pero siempre me ha apoyado. Por el momento no pienso subir más montañas. Sin embargo le dije que no quiero quedarme con ese temor y quién sabe si en algún momento regresaré. Pero por el momento no.
Cuando bajamos de la montaña me revisaron en el Hospital de Cayambe y no tuve problemas de salud pero el martes en la noche se me comenzaron a hinchar las manos. Fui al hospital y el doctor me dijo que es consecuencia de la hipotermia y me dieron reposo.
Estoy seguro que quien me salvó fue Dios. ¿Sabe algo? Me duele haber puesto en riesgo a gente que intentó rescatarnos.
Aprendí que debo valorar más las cosas sencillas como comer, tener un baño, una cama, una silla… y a pesar del respeto que le tengo a la montaña, no basta con eso y no se debe jugar con la vida.
Hubo un momento, en medio de la noche que me dije: ¡Dios mío no soy pecador, tengo una sola esposa no soy infiel no tomo no bebo no he hecho mal a nadie por qué me pasa esto!. Pero ahora entiendo que Dios quería mostrarme el verdadero significado de la vida y estoy feliz de haber sobrevivido.