Carcelén es el refugio de los venezolanos

En un espacio del estacionamiento de la terminal de Carcelén duermen los extranjeros. Eduardo Terán / EL COMERCIO

En un espacio del estacionamiento de la terminal de Carcelén duermen los extranjeros. Eduardo Terán / EL COMERCIO

En un espacio del estacionamiento de la terminal de Carcelén duermen los extranjeros. Eduardo Terán / EL COMERCIO

‘No necesitas hacer nada más. Tu sonrisa ya nos ayuda bastante”, dice el joven Nathanael, un caraqueño de 19 años, mientras barajaba un mazo de cartas que son su herramienta de trabajo.

Él utiliza trucos de magia para alegrar el paso de las horas en la terminal terrestre de Carcelén, en donde él y decenas de venezolanos duermen un promedio de cuatro noches hasta juntar USD 16 para un pasaje de bus hasta Huaquillas y luego cruzar a Perú. Sus trucos le permiten juntar dinero para llegar a su destino.

Según los voluntarios que ayudan en la terminal a los venezolanos, una empresa decidió bajar el pasaje a USD 14 como un aporte para quienes viajan en busca de mejores días, tras abandonar su país por la crisis económica que enfrenta.

El lunes, Nathanael durmió sobre las fundas plásticas que se convierten en colchones, en una vereda de la estación. Tiene la mirada pícara y habilidad para mover las cartas mientras su audiencia intenta descifrar sus trucos. Su magia no solo cautiva a las familias que van cada noche a brindarles comida y abrigo. También a quienes intentan descansar, a pesar de la incomodidad, luego de días de viaje desde Venezuela.

Vienen desde Caracas, Maracaibo, Mérida… a pie y, cuando hay suerte, juntan monedas vendiendo dulces para pagar pasajes de bus hasta donde alcance. Algunos se ganan la confianza de conductores que les “dan la cola” (un aventón). Tardan días y hasta semanas para avanzar entre Venezuela, Colombia y Ecuador.

Llegan insolados, con la piel tostada por el sol, con afecciones respiratorias y ampollas en los pies. El camino es difícil, pero es más difícil aún quedarse en Venezuela, con un sueldo que equivale a entre USD 1 y 6, y que no alcanza para “sacar del hoyo” a sus familias.

En promedio, en un espacio en el estacionamiento de la terminal duermen unas 140 personas cada noche. El lunes, minutos después de que un grupo de 40 personas se embarcara hacia Huaquillas, otro de ocho llegaba desde Imbabura.

Geoconda Benítez, coordinadora de la zona 9 de la Defensoría del Pueblo, considera que estas personas deben recibir atención estatal, por un tema de derechos humanos. La institución convocó para mañana una mesa técnica entre los ministerios del Interior, de Inclusión Social, de Salud, Cancillería, Secretaría de Inclusión del Municipio, Acnur y el equipo de movilidad humana del Consejo Provincial.

De momento, el Municipio tiene previsto colocar baterías sanitarias y un punto de hidratación en la terminal, según César Mantilla, secretario de Inclusión. Esta institución se basa en una ordenanza sobre personas en movilidad humana que rige en el Distrito.

En este caso, la idea es mejorar las condiciones de pasajeros en tránsito en las terminales de Quitumbe y Carcelén, pero Mantilla subraya que no se trata de un albergue.

No es una política local lo que se necesita sino algo nacional, porque la situación es similar en otras ciudades por donde pasan los venezolanos rumbo a Perú, dice Mantilla.

En Quito, cada entidad trabaja según sus competencias. Por ejemplo, la Gerencia de Terminales modificó horarios de limpieza y ayuda a los pasajeros sin afectar al normal funcionamiento de la estación. Su principal, Bolívar Muñoz, explica que no se puede designar un espacio especial para estos grupos porque la terminal es pequeña y no hay las condiciones para un albergue temporal.

Mientras las autoridades analizan su aporte, voluntarios ecuatorianos como la familia de Verónica llegan cada mañana y cada noche con alimentos y medicinas para ellos, desde hace un mes.

Ella cuenta que en la primera noche alimentaron a unas 20 personas, pero cada vez llegan más. Actualmente hay 10 familias colaborando.

Omar es venezolano y vino desde Perú. Antes de conseguir hospedaje, pasó cuatro días en la terminal. Ahora está a cargo del registro. Solo entre el 8 y el 11 de junio contabilizó 387 viajeros. Confiesa que “es difícil trabajar con 100 formas diferentes de pensar, pero se logra un pseudo-orden”.

Para venezolanos como Dariagni y su primo Josué es muy triste ver así a sus “hermanos”. El lunes encontraron a gente como Yorseni, de 23 años, que luego de una “horrible” travesía llegó a Quito con fiebre, vómito y deshidratación. Tras ser atendida en un hospital y enterarse de que estaba embarazada, debió cumplir su reposo médico acostada en un viejo colchón a la intemperie.

Dariagni y José le ofrecieron “tazas de arroz con pollo guisado. Aquí las llaman tarrinas con seco de pollo”. Mientras ayudan a sus compatriotas, Josué comenta: “Venezuela es un país rico que por sus gober­nantes se volvió añicos. Da mucho dolor ver a la gente así”, pero se siente agradecido por la solidaridad ecuatoriana.
 

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