En el contexto de una celebración en Ambato, en la que los organizadores prevén la concurrencia de miles de seguidores y colaboradores del Gobierno, hoy se cumplen tres años de la asunción al poder por parte del economista Rafael Correa.
Han sido 36 meses vertiginosos, marcados por el estilo caudillista de un Presidente que inició su mandato con una altísima popularidad gracias a que su equipo ideológico y propagandístico leyó adecuadamente el momento histórico: el nuevo líder sería quien encarnara la transformación del país luego de sucesivas conmociones sociales caracterizadas por inestabilidad política, debilitamiento institucional, crisis económicas y escándalos de corrupción.
Pero, tres años después, es necesario hacer un balance no desde la perspectiva oficial, donde todo lo realizado es positivo, sino desde los intereses de todos los ecuatorianos, muchísimos de los cuales votaron por el Mandatario con el anhelo de que la llamada ‘revolución ciudadana’ trajera cambios reales.
Sin dejar de valorar los enormes esfuerzos del Régimen por mejorar las condiciones de los sectores pobres, sigue pendiente el desarrollo productivo y comercial por fuera de una visión centralista y estatista; la solución a problemas acuciantes como el desempleo y la inseguridad, y sobre todo un giro a la manera de entender el poder.
Una sociedad cada vez más dividida y una creciente agresividad verbal desde el poder son, entre otras, las malas herencias de estos años. A ellas se suman los gestos de intolerancia de un Presidente que, más maduro emocional y políticamente, tendría la obligación de sumar a todos los ciudadanos en un verdadero proyecto de cambio profundo, en el marco de una democracia plenamente ciudadana.