Un sector vasto de ecuatorianos cree que este asunto de las libertades es una retórica vacía de contenido; un discurso que tiene como único propósito cuidar el statu quo de los sectores tradicionalmente privilegiados. ¿De qué le sirve a alguien ser libre si es pobre y ocupa un lugar subordinado en la sociedad?, replican aquellas personas cuando escuchan a alguien defendiendo la libertad de expresión, por ejemplo.
Esta idea antigua y falaz -pero sumamente poderosa- fue puesta de nuevo en escena por el Ré-gimen actual, cuando el presidente Correa se refirió con iro-nía a las ‘democracias de plastilina’, en su discurso de posesión, hace cuatro años.
Aquellas democracias no son sólidas ni firmes -son de plastilina- porque solo enfatizan la parte formal del sistema: que haya alternabilidad en el poder; que existan varios partidos de distintas tendencias; que las personas voceen sus opiniones y diferencias. Los temas de fondo, como la pobreza, la corrupción o la ineficiencia, no son abordados y, peor aún, resueltos por esta clase espuria de democracia, aseguran quienes suscriben las tesis del Régimen actual.
Esta es la razón de fondo por la que tantos compatriotas son indiferentes a las alertas que distintos sectores hacen sobre el riesgo inminente que sufre el Ecuador de perder sus libertades esenciales. Estas personas tal vez no se dan cuenta que si la sociedad renuncia a protestar o disentir, a actuar según su conciencia o a exigir un trato justo y equitativo de parte de las autoridades, más temprano que tarde esa ‘democracia de plastilina’ que tanto critican se convertirá en un sistema opresivo que producirá distorsiones y problemas aún mayores a los que existen actualmente.
Una sociedad sin libertades está más expuesta a los abusos y las arbitrariedades. Bastará estar en buenos términos con el Régimen para que una persona o una corporación tengan privilegios por encima de la ley. Un país sin libertades es más proclive a la pobreza y a la desigualdad porque no tiene los mecanismos para denunciar o exigir que estos problemas se solucionen. Amartya Sen -académico hindú y Nobel de Economía que no es precisamente de derecha- ha demostrado que las hambrunas se pueden prevenir en ambientes democráticos; no así en regímenes dictatoriales.
Lo peor de los regímenes totalitarios es que no conocen límites. Muchos estarán dispuestos a rescindir sus libertades porque creerán -ingenuamente- que su gobernante jamás se extralimitará en el uso de los poderes especiales que se le ha concedido. Lastimosamente, la historia antigua y reciente ha demostrado hasta la saciedad que no existen dictadores buenos, sino solo líderes que se convierten en tiranos porque no supieron poner coto a su sed de poder.