El COMERCIO
Lima, GDA
Teherán es una ciudad de tonos claroscuro. El color le pertenece a los barrios residenciales del norte, donde vive la clase acomodada y sobrevive la clase media, ambas desgastadas tras casi 30 años de crisis económica. No se habla de política, no en voz alta.
Un país y un solo discurso
A puertas cerradas, el país se encuentra profundamente dividido por luchas internas, agudizadas tras las elecciones, pero de cara al exterior muestra un solo frente con relación al programa nuclear que genera un impresionante poder unificador.
Con agudeza, el presidente iraní, Mahmod Ahmadinejad, ha hecho de este tema ‘la causa nacional’ que no se discute en el país.Es la zona de hoteles cinco estrellas, gimnasios y salones de belleza donde un corte puede costar USD 40. Sus calles están llenas de restaurantes de comida extranjera y tiendas que exhiben vestidos de fiesta, botas y lentes de marca, como en cualquier lugar del mundo.
Lo diferente es que no se aceptan tarjetas internacionales de crédito y toda mujer tiene la cabeza cubierta debido a una Ley impuesta a partir del triunfo de la Revolución Islámica, en 1979. A pesar de la normativa, muchas clientas –la mayoría con pañuelos floreados, maquilladas y abrigos ceñidos– buscan vestidos cortos y escotados que lucirán, con el cabello suelto, en fiestas privadas.
Los colores que pintan el norte cambian en el sur, hasta convertirse en tonos oscuros, grises, pardos y el autoritario negro. En esos conjuntos habitacionales viven los pobres de Teherán. Algunos hombres llegan hasta el mercado, donde se ofrecen como cargadores de bultos, mientras que el chador (indumentaria negra) oculta a las mujeres chiitas que caminan apuradas.
Se trata de la clase conservadora y fervientemente religiosa que cada viernes de oración acude a la explanada de la Universidad de Teherán para escuchar los discursos de líderes y clérigos. Fueron los olvidados de la década de apertura –desde 1996, con los reformistas– quienes le dieron el triunfo a Ahmadineyad en 2005. Ellos hoy lo apoyan incondicionalmente porque se sienten representados.