Mientras el presidente Rafael Correa fustigaba a los enemigos de la revolución ciudadana desde la Plaza Cívica Eloy Alfaro, el sábado 27, un grupo selecto de funcionarios gubernamentales disfrutaba de una jornada taurina en la plaza de una de las ganaderías de lidia. Las pintas al estilo español y la ropa casual entonaban con el encierro privado a la altura de los páramos, con muestras de lo mejor del rejoneo mundial y vaquillas de la hacienda, antes de la comida de rigor.
Hasta ahí, todo normal, excepto por el discurso del anfitrión dirigido a las altas autoridades, en el cual se hacía esfuerzos por diferenciar todas esas manifestaciones con las de la ‘derecha rancia’ que no entiende a la revolución. El brindis terminó con una afirmación de que no solo se puede torear con la derecha sino con la izquierda.
Uno pudiera pensar que hay que ser muy diestro -o muy siniestro, dependiendo de la mano que se usa- para hallar fórmulas tan tortuosas con el fin de ocultar la realidad. Pero este fenómeno de hipocresía social es mucho más extendido de lo que uno puede imaginar.
Se puede entender que una persona fracasada desprecie públicamente el éxito, aunque muy en sus adentros debiera desearlo. Incluso se pueden hallar explicaciones para quienes desprecian el éxito ajeno pero viven de él. ¿Pero cómo explicar la actitud de aquellos que aparentemente desprecian su propio éxito?
Siempre he pensado que detrás de este comportamiento existe un mecanismo de defensa que hace que mucha gente emprendedora y exitosa desarrolle una muy estudiada fórmula para sanar su mala conciencia, pero que en cambio crea confusiones sociales e idiomáticas tan monumentales como las de esta corta historia.
El éxito individual y colectivo forma parte del éxito de la civilización, el emprendimiento es consustancial a todas las conquistas del ser humano, lo cual por supuesto no significa hacer tabla rasa de valores humanos y sociales básicos. Si se cumple socialmente, ¿por qué ocultar el emprendimiento y el éxito en sofismas que al parecer han cobrado nuevos bríos?
Todo esto puede sonar raro dicho por alguien que en toda su vida no alcanzará a acumular un patrimonio que equivalga ni siquiera al cinco por ciento del que declaró, antes de la pelea a muerte, el Gran Hermano. Pero es necesario decir las cosas como son. Frente a la hipocresía, es mil veces mejor la actitud del multimillonario estadounidense Warren Buffett, quien compra su ropa y su comida en tiendas baratas y se enorgullece de sus emprendimientos que le permitieron donar la mayor parte de su fortuna para obras sociales.
Seguramente un personaje como ese no sentiría la necesidad de esconder su éxito y peor sus aficiones públicas bajo etiquetas y discursos retorcidos, y por supuesto no tendría que ir a la plaza de Iñaquito escondido bajo chompas, gafas y gorras, en nombre de la tauro-izquierda. Olé.