No todos los días se expulsa a un embajador. No todos los días, para mayor inri, se expulsa a una embajadora de los Estados Unidos. La cosa no es pacífica y tiene múltiples capas y otras muchas tonalidades.
Está el asunto de Wikileaks, para empezar. Acuérdense de que, al menos en un principio, un funcionario gubernamental, con altas dosis de entusiasmo, ofreció recibir al fundador de esta organización en Ecuador en una especie de asilo político. Claro que, en honor a la verdad, el funcionario fue desautorizado casi ipso facto y el asunto quedó allí. Sin embargo, no deja de ser paradójico que la adhesión inicial a Wikileaks ahora se pueda convertir, por carambola, en una amenaza para el oficialismo.
Está, de otro lado, el hecho de que el Gobierno del Ecuador había mantenido, hasta ahora, una relación relativamente serena y de bajo perfil con Estados Unidos. Parecería que el Gobierno – hasta ahora, otra vez- había hecho esfuerzos notables por no pelearse con Washington, por conservar una posición que sea una especie de justo medio entre aparecer como un país de soberanía y dignidad y no buscar bronca gratuita. Creo que no sacaremos nada de bueno de este incidente. Mucho me temo que, para empezar, buena parte del mundo nos identificará (todavía más) como miembros de élite del club chavista. Seguramente reforcemos nuestra presencia en la liga de los países antiimperialistas, antipotencias. Si no me equivoco, ningún país del mundo le ha sacado tarjeta roja a un embajador estadounidense por asuntos relacionados con Wikileaks. En eso, entonces, nos convertiremos en la excepción a la regla, en una rareza. Como casi siempre, apareceremos en la primera plana de los periódicos por las razones equivocadas.
También la campaña electoral es un factor de análisis. Con motivo de la innecesaria consulta popular que se acerca, el régimen querrá mostrar músculo y colmillo, querrá aparecer decidido hasta la intolerancia si fuera necesario, firme hasta la intransigencia, de ser el caso. Duro, seguro, resuelto y peliagudo. El régimen sabe perfectamente que los radicalismos, las broncas, los insultos y el aparatoso y grotesco espectáculo político producen los réditos más preciados: popularidad y votos. De modo que –decisiones gástricas aparte- la expulsión de la embajadora podría inscribirse como un factor relacionado con la consulta popular que se viene, como una fórmula para demostrar que el régimen sigue siendo de pocas pulgas, una administración de combate callejero, que siempre está la ofensiva. Solo que en este caso la factura será más alta que antes (acuérdense que ya nos hemos peleado con Colombia, Brasil y México, por lo menos).