Redacción Cultura
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Sobre la tramoya del Teatro Sucre, los equipos de iluminación reciben los últimos ajustes. Sin embargo, la oscuridad llena el espacio escénico, donde se distingue alguna estructura escenográfica. En los camerinos, decenas de manos disponen los vestuarios y la utilería. Tras el telón cerrado, se vive una sensación de vigilia.
Sensación que concluirá esta noche (20:30), cuando, al subir las cortinas, se invite al espectador a un mundo mágico, al mundo de ‘Sueños’. Fundación El Triángulo, con el apoyo de la Vicepresidencia de la República, estrena esta obra teatral en la que participan 81 chicos con capacidades especiales. “Belleza desde la diversidad”, reza la difusión de la puesta en escena.
Un proyecto que se plasma después de dos años y medio de trabajo creativo y procesos actorales. Marco Bustos es el director escénico de la pieza. Hace cinco años es profesor en la Fundación; con sus alumnos ya montó el musical ‘La ruta del amor’, estrenado en 2005.
De aquel montaje, algunas ideas quedaron suspendidas en el tiempo. “Pregunté a los chicos, todos tenían sueños. Y me dije, ahí está el próximo tema”. Así, Bustos explica la primera concepción del proyecto. Una etapa en la que fue imprescindible el aporte de Isabel Muñoz, directora de El Triángulo, y de Sonia Rosales, profesora de Artes Plásticas. Luego se sumaron voces y más manos aportaron.
En un inicio participarían los 71 alumnos de la Fundación (chicos autistas o con síndrome de Down); luego, al concretar el apoyo de la Vicepresidencia, se solicitó la inclusión de personas con otras capacidades especiales. Tras un ‘casting’ se seleccionó a 10 muchachos con inhabilidades físicas y sensoriales.
Durante el primer mes, el grupo desarrolló un taller de acoplamiento. Conversaciones e investigación fueron necesarias para no desviarse del objetivo: que en la obra esté mucho de los chicos, de su personalidad y parte artística. “Hay que trabajar con respeto a su corporalidad y no hacia una normalización; crear un diseño desde su capacidad”, dice Bustos. Él no desea involucrarse con la arteterapia, sino “que se sientan y participen como artistas. Su nivel de creatividad es extraordinario”.
El escenario – según Muñoz – se ha convertido en un espacio de madurez, pues, ahora, las interpretaciones son mucho más técnicas y con una entrega fenomenal. “Ha sido un proceso para encontrar una expresión más justa y libre de sus sentimientos; nos ha permitido demostrar no solo su talento, sino sus habilidades para lo social y emocional”.
Así, el esfuerzo que los 81 muchachos han vivido durante el proceso ni siquiera ha permitido pensar en limitaciones.
La presión ejercida sobre ellos encuentra, hoy, sobre las tablas de un teatro, un canal de salida positivo; una oportunidad llena de ilusión y esperanza, un camino que conduce al territorio de los sueños, donde la igualdad no es una utopía. Ya solo faltan las tres campanadas previas, después será cuestión de creer en los sueños, como Muñoz en sus dirigidos. “Tal vez pueda fallar alguna luz, pero confío en ellos”.