Redacción Quito
Apenas llegaron a la ciudad, María Santillán y su familia se trasladaron hasta el parqueadero ocho del parque La Carolina. Ahí bajo unos pequeños árboles, ella, un familiar suyo y una vecina de la comuna Calapiuco de Otavalo, aguardaban pacientemente sobre el frío césped, la noche del 23 de diciembre. A su alrededor cinco niños de entre 4 y 10 años jugaban entre ellos.
“Hay que compartir lo poco que tenemos con los que no tienen nada”.
William Taco
IngenieroUn reloj digital marcaba 10 grados centígrados. Un poncho y un par de viejas chalinas servían para abrigar la noche. “La gente de Calapiuco tiene muchas necesidades y por allá nunca llega la ayuda de nadie”, contaba Santillán, mientras la neblina descendía en el sector. Para que sus hijos puedan estudiar, Santillán, de 37 años, se dedica a trabajar los sembríos de otras personas.
A las 21:20 tres autos llenos de jóvenes se detuvieron frente al grupo de campesinos. Enseguida, varios jóvenes empezaron a repartir tarrinas con comida desde una camioneta. Ellos eran miembros del grupo de la Infancia Misionera de la parroquia de Carcelén. Eugenia Yamiseba contó que un día antes de la Noche Buena decidieron reunirse entre 25 amigos y preparar comida para entregar a la gente pobre en las calles de la ciudad.
Al igual que Santillán, Camila Panamá también “siembra y cosecha en tierra de otros” para mantener a su pequeño hijo Carlos de 8 años. Desde que su esposo murió, hace seis años, esta es la segunda vez que Panamá y su hijo decidieron viajar a la capital en busca de los caramelos, juguetes o ropa que algunas personas acostumbran entregar por la época navideña.
A las 21:30, un Nissan Murano azul se detuvo en la avenida Amazonas. Tras el cristal aparecieron un hombre y una niña que repartieron fundas de caramelos desde el interior del vehículo. Los niños agradecieron el obsequio y el auto partió.
“En el campo, la Navidad llega como un día cualquiera”.
María Santillán
Campesina“Aunque hay muchas formas de colaborar, lo más gratificante es compartir con la gente en la calle”, dijo William Taco. Desde hace tres años, él y un grupo de amigos y familiares llegan en vísperas de Navidad hasta la plaza de San Francisco, en el Centro Histórico, para repartir comida y caramelos a la gente pobre.
El pasado lunes los familiares y amigos de Taco repartieron un arroz relleno y la noche del miércoles estuvieron en la plaza de San Francisco entregando 110 fundas de caramelos.
Los primeros que recibieron el presente fueron cuatro hermanos que ese día acababan de llegar de su natal Otavalo.
A los pocos minutos, Elena Caniendo cruzaba la plaza hacia el cuarto que arrienda por USD 80 en la calle Venezuela. Ella se lamentaba por los pocos chicles que había vendido ese día en La Mariscal. También contó que el poco dinero que gana apenas le alcanzaba para mantener a ocho de sus 10 hijos que aún viven con ella y que ese día los encontró correteando en la plaza con fundas de caramelos.
Cuando su hija Gabriela recibió su funda de golosinas, otros niños se acercaron y enseguida salieron corriendo a avisar a otros amigos y vecinos. En menos de 15 minutos, más de una veintena de niños correteaban en la plaza buscando a sus “papás Noel”. Taco dijo que el ‘Dios le pague’ de los niños es la mejor retribución. La noche avanzaba y más personas llegaban en sus vehículos, con amigos y familiares, a compartir una bebida caliente, un plato de comida o alguna golosina.
Un hombre, que prefirió reservar su nombre, dijo que desde hace cuatro años, él y un grupo de amigos subían en sus bicicletas hasta los barrios más apartados del lado occidental de la ciudad. Ahí entregaban los víveres que llevaban en sus mochilas. “Pero nos dimos cuenta que ahora la gente de esos barrios baja a la ciudad y por eso venimos a San Francisco, donde hay más gente”. Con mucha emoción Caniendo agradeció los regalos de los extraños. “Que diosito les dé más por la bondad que tienen con los pobres”.