Miguel Molina V.
Lo sucedido en Honduras llama la atención, preocupa y consterna, pero también agudiza el ingenio.
Por un lado, el Presidente que llega al poder por el centro-derecha y que al transcurrir gran parte de su mandato se le abre el corazón y su compromiso con los más pobres, él, un terrateniente se transmuta y se bolivarianiza, se adhiere a la Alba y quiere reformar la Constitución vía Asamblea.
En tal coyuntura, los poderosos de la derecha -sus ex amigos y socios- no se lo perdonan y enfilan su furia contra el Presidente que reniega de su origen y tiene como por arte de magia tintes rojizos -al menos en apariencia-. Entonces sacan sus mejores galas gorilescas cuando ya no pueden contener al pueblo con el engaño, utilizan el último recurso: la violencia.
Quieren de manera cínica revivir y reeditar lo ya superado pero no olvidado en nuestra América Latina: la época cruenta de las dictaduras, horror y muerte, desaparecidos y torturados. ¡Nunca más!
El pueblo ahora reconoce quiénes son sus aliados y compañeros. El camino histórico es decisión propia de los pueblos y de sus libres opciones en democracia! Adelante, Honduras, para fortalecer su proceso y construir justicia social.
Sea cual fuere la intención original del presidente Zelaya, el sincero deseo de abrir mejores canales democráticos de participación social o simplemente una argucia para reelegirse, el procedimiento de los golpistas merece rechazo general.
No más Pinochet ni Fujimori, marchas por la vida y no caravanas de la muerte. Nunca más represión a los pueblos.