Médicos del hospital al-Shifa reciben los cuerpos de diez niños palestinos. Foto: Marco Longaru / AFP
En su vetusto puesto de la Franja de Gaza, los socorristas se preparan para una nueva noche de horror, durante la cual se enfrentarán a los bombardeos y los disparos, la muerte de civiles y a veces la de sus compañeros.
En medio de la ofensiva israelí lanzada el 8 de julio contra el enclave palestino, que dejó más de 500 muertos, se consideran como una familia, unidos por unas experiencias difíciles de imaginar.
Juntos han recuperado trozos de cadáveres, cuerpos de niños. Se han visto atrapados por los bombardeos israelíes y por los disparos de los francotiradores del movimiento islamista Hamas. Y varios han resultado heridos.
Jihad Selim es responsable de vacunas. Es socorrista desde hace 17 años, a pesar de las guerras que ha atravesado y de la segunda Intifada (2000-2005) .
Sin embargo, espera que sus niños no seguirán su ejemplo. “Lo que vemos es muy duro” , explica. “Entramos en una casa y nos encontramos con un cuerpo desmembrado. Alguien recoge una mano, te la tiende y simplemente dice ‘llévatela’”.
“Pero son cosas a las que te acostumbras”, añade.
A su lado, Adel al Azbut, de 30 años, también se muestra estoico. “Lo cierto es que simplemente lo hago. Si veo trozos de cadáveres, mi responsabilidad es gestionar la situación y hacerlo de forma profesional”.
A todas estas situaciones de horror se añade el miedo visceral para estos padres, estos hermanos, a que una llamada de auxilio algún día venga de su propia casa.
Llamadas sin tregua
Al Azbut decidió sumarse a los efectivos de emergencia durante la segunda Intifada. “La mejor cosa que un ser humano pueda hacer, es ayudar a otro ser humano. Es un honor poder ayudar a los otros”, explica.
Detrás suyo, el teléfono no da tregua. A veces, no son más que niños que se divierten llamando al número, gratis, de los servicios de emergencias. “Lo peor ha sido hacer que este número sea gratis. Ahora, en Gaza, si alguien quiere asegurarse de que su teléfono funciona, nos llama”, lamenta Selim.
Pero a menudo, es mucho más grave. Familias que viven cerca de la frontera israelí llaman, desesperadas, con la esperanza de ser evacuadas por una ambulancia. Pero el responsable no puede mandar ninguna ambulancia sin una coordinación con el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) .
Desde el inicio de la ofensiva “Barrera Protectora”, cientos de viviendas han sido atacadas. En total, más de 500 palestinos, en su mayoría civiles, han muerto.
El domingo por la mañana, durante la madrugada de la jornada más sangrienta del conflicto, Fuad Jaber, un socorrista, murió en el bombardeo del barrio de Shejaiya, en el este de la ciudad de Gaza, que dejó más de 70 muertos.
Su cuerpo fue escoltado por un convoy de ambulancias y por sus compañeros en lágrimas hasta la casa donde vivía con su mujer y su hija de dos años.
‘Cada guerra es más dura’
En un servicio de auxilios, incluso en tiempo de guerra, hay también emergencias más ordinarias.
Como esa ambulancia que circula a toda velocidad por las calles para ayudar a un niña que cayó de un tercer piso. Los socorristas se ocupan de su pierna, le colocan un collarín, y la llevan, con sus padres, hasta el hospital Chifa, en la ciudad de Gaza.
“A veces, son bombas. A veces, es un accidente. Cuando estamos en guerra, tenemos un poco de todo”, explica el socorrista de guardia con una sonrisa.
En el 14º día de conflicto entre Israel y Hamas, que controla la Franja de Gaza, Selim estima que la situación está peor que durante las dos últimas operaciones israelíes, en 2008-2009 y 2012.
“Cada guerra es más dura que la anterior, si le digo la verdad. No hay país en el mundo que haya vivido tres guerras en seis años”, insiste.
Pero los socorristas pueden contar con el apoyo de los compañeros.
“Somos como una familia y nos comportamos como tal, como hermanos”, añade Selim. “Nos enfrentamos a la situación juntos, nos ayudamos, dormimos juntos, nos despertamos juntos”.
A pesar de todo el sufrimiento, o quizás por ello, el ambiente en el puesto de emergencias es desenfadado.
Los hombres discuten para decidir lo que comerán de postre para el iftar, la ruptura del ayuno del Ramadán, o para dirimir quién tuvo la tarea más dura la víspera.
“Intentamos que el ambiente sea lo más desenfadado posible”, admite Al Azbut. “Porque sabemos que en todo momento puede sonar el teléfono. Entonces saldremos y no sabemos quien volverá”.