El debate sobre el socialismo adquiere particular relevancia al calor de los acontecimientos políticos que experimenta América Latina. Vale recordar algunos aportes teóricos que, por la fuerza de las circunstancias, fueron proscritos o condenados al olvido.
Tal es el caso del pensador ruso M. Bakunin, cuya doctrina anarquista mantuvo influencia en el movimiento obrero europeo hasta bien entrado el siglo XX. En una carta escrita en 1868 advertía sobre las desdichas que acarrearía la combinación de socialismo con absolutismo, “a través de la dictadura y la concentración de todos los poderes políticos y sociales en el Estado”.
Sin proponérselo profetizaba lo que, décadas después, ocurrió en la Unión Soviética con las deformaciones del estalinismo. Esto explicaría el empecinamiento del régimen soviético, y de su intelectualidad a sueldo, por descalificar de manera sistemática toda alusión a estas advertencias.
Traigo a colación esta historia a propósito de unas declaraciones concedidas hace pocos meses por José Mujica, presidente electo de Uruguay, al diario argentino La Nación. Allí enfatizó que él no cree en modelos estatizantes que, entre otras cosas, terminan dejando como herencia unas burocracias inmanejables. Para él, las opciones revolucionarias hoy tienen que ver con la capacidad de los grupos sociales para mandarse a sí mismos. Desde esta visión, autogobierno, autogestión y autonomía social adquieren importancia relevante dentro de una propuesta más contemporánea de cambio social.
Las credenciales de Mujica como hombre de izquierda no admiten la menor duda, sobre todo por su historia personal. Si de pergaminos revolucionarios se trata, podría exhibir varios más auténticos que sus homólogos latinoamericanos identificados bajo el membrete del socialismo del siglo XXI.
Pero su mayor aporte constituye un pensamiento moderno y avanzado, que desvirtúa la falsa clasificación que se ha querido establecer entre izquierda dura e izquierda ‘light’, y que no hace más que encubrir diferencias sustanciales. Porque el debate actual de la izquierda no debe darse entre “duros y blandos”, sino entre un socialismo visionario y otro atado a los viejos dogmas del pasado.
La cuestión resulta indispensable en momentos en que el Gobierno propicia una peligrosa desconexión con los movimientos sociales históricos. Permitir el rompimiento del diálogo con la Conaie implica debilitar las opciones de autonomía de la sociedad frente al Estado y de profundización de la democracia.
En este caso podría aplicarse la misma expresión que Mujica le dijo a Chávez respecto de ciertas orientaciones del proyecto venezolano: “Mirá que vos no construís ningún socialismo”.
Columnista invitado