La Secretaría Nacional de Inteligencia (Senain) de Ecuador es hija de la desconfianza. Fue dotada de independencia administrativa y financiera para utilizar la cuenta de gastos reservados del Estado, sin que nadie los audite. La creación inicial del organismo data de junio del 2009, Registro Oficial 613, y fue una transgresión.
Por Decreto Ejecutivo se modificó la Ley de Seguridad Nacional (de 1979), para echar abajo la Dirección Nacional de Inteligencia y en su lugar establecer la Secretaría de Inteligencia. Sí, con un Decreto (número 1768), pese a que la Constitución es clara respecto del orden jerárquico de aplicación de las normas en Ecuador (artículo 425, una Ley no puede ser modificada por Decreto).
Tres meses después, septiembre del 2009, la Senain tuvo piso legal, con la nueva Ley de Seguridad Pública y del Estado, que reemplazó a la de Seguridad Nacional de la dictadura.
Estaban frescos el bombardeo de Angostura del 2008, las acusaciones de Bogotá a Quito de supuestos vínculos con las FARC, los correos en presuntas computadoras de la guerrilla. No había un clima de confianza. Una comisión especial creada en Carondelet, denominada de Angostura, cuestionaba a la Inteligencia nacional, por desintegrada y con cuerpos sometidos financieramente a terceros países.
Creada para evitar injerencias extranjeras; para reportar al Presidente; para “garantizar la seguridad pública y del Estado y el buen vivir”, la Senain fue revestida de discrecionalidad. El organismo tiene potestad para clasificar su información como ‘secretísima’ y ocultarla al menos 15 años o por el tiempo que el Ministerio de Seguridad considere. La Ley lo permite.
Así, por ejemplo, que una tarde de viernes se nieguen unos datos de espionaje filtrados en 2015, para después, quizá en 2030, posiblemente retractarse, es factible. La Ley lo permite. ¿Y la confianza? No se construye al mostrar en TV las conversaciones de los teléfonos del adversario. En democracia, un sistema de inteligencia nacional, en efecto, no se edifica para servir a terceros intereses, pero tampoco a un hombre, sino a su país.