Mañana de viernes. Mientras los ministros de Estado y cúpula policial brindan una videoconferencia a más de 38 000 uniformados en el país, un periodista intenta subir al taxi solicitado telefónicamente, salvo que, a pocos pasos de su edificio, es encañonado por dos hombres armados.
El ataque, en las inmediaciones de la González Suárez, pone a Quito en el mapa del secuestro exprés. Durante el 2010, la Policía reportó un solo hecho en la ciudad, frente a 894 en Guayas. Pero en esta semana ya hubo tres casos.
Tal como en Guayaquil, los taxis sirven de cortina para el delito. Los ladrones interceptan las frecuencias de radio de los taxis y obtienen información de los usuarios para llegar primero. Se suma el hecho de que ahora es fácil vestir a un auto de amarillo: USD 170 cuesta forrar una carrocería con vinil. Es simple, los taxis se pierden en la calle entre el parque automotor.
Hay casos que no se denuncian, como un atraco en el túnel Guayasamín. Víctimas lo atribuyen a la desidia de agentes de la Policía Judicial, quienes requieren de recursos hasta para movilizarse, para al final encomendar ir a cachinerías a buscar lo perdido.
En ese marco, la reforma policial es positiva, siempre que no implique vendetta. Pero que no se pierda de vista que la educación, servicios básicos, trabajo, inversión en adolescentes… también son vitales para construir seguridad.