Los periodistas mexicanos que cursaban un diplomado de crimen organizado en la Unam fabulaban con que llegara el día para entrevistar al ‘Chapo’ Guzmán, jefe del cartel de Sinaloa. Les seducía la idea de la ‘primicia’, ‘valentía’, ‘prestigio’.
Mas, no ver que los capos de las mafias dan entrevistas como instrumento de propaganda, para infundir temor o limpiar sus manos de sangre, es lo mismo que no entender que la proyección de las víctimas en los medios -de sus rostros, nombres e identidad- es sellar su sentencia de muerte. Esto esperan las mafias para ubicarlas y no dejar rastro de ellas.
Esa ceguera no es tolerable en periodismo. Ayer, en Teleamazonas y en tiempo real, se ha mostrado la cara del ecuatoriano que sobrevivió a la masacre de Tamaulipas, México. La entrevista, como género, no es cuestionable, más aún si era para develar -en un testimonio desgarrador- el abandono del Estado a una víctima del crimen.
Lo inadmisible es que -pese a tratarse del único testigo del crimen de 72 personas en manos de Los Zetas, uno de los carteles más violentos- no se tomara el recaudo de proteger el rostro de la víctima. Decir que él decidió salir en público o que otros medios actúan igual es solo lavarse las manos.
Los medios periodísticos en Ecuador abordan la violencia a tientas y no solo es su culpa. La penetración del crimen organizado, de carteles, también es minimizada por las autoridades: rige la estrategia del avestruz. En México, por años, ocurrió lo mismo hasta que el crimen se desbordó.
Allí, decenas de medios admitieron recién en marzo último, tras una década perdida, que nunca debió darse información que pusiera en riesgo la identidad de las víctimas.
Un aprendizaje que costó sangre, incluida la de periodistas irresponsables.