Así se entrenan los ‘tigres’ de la selva

El soldado pedía un fusil para quitarse la vida. Sus piernas estaban mutiladas y sangraban. El psicólogo que apenas había llegado a la selva para tranquilizar a las tropas intentó ayudarlo, pero al darse cuenta del constante tiroteo, pidió salir en el mismo helicóptero que lo había llevado.

Segundo Tixe interrumpe el relato. Se queda en silencio al recordar esa escena en la guerra del Cenepa contra Perú, en 1995. Luego gesticula, sube el tono de voz y grita: “Vamos tigres, vamos'”. La respuesta es inmediata: “Sí mi comando”.

El soldado viste uniforme camuflaje con un parche de comando fijado en el brazo izquierdo y otro de fuerzas especiales. En el conflicto del Cenepa llevaba las insignias que lo identificaban como cabo primero. Ahora es suboficial e instruye a los subtenientes que en la Escuela de Selva y Contraguerrilla, en la amazónica Orellana, hacen el curso de ‘tigres’ para el ascenso a tenientes.

Tixe grita otra vez: “Vamos tigre, sí puede, no se caiga'”. Fanny Ochoa cruza un resbaladizo y largo madero tendido sobre un charco de agua lodosa. El sudor recorre los colores verde y negro que tiñen el rostro de la Subteniente.

Se agita. La pista tiene más obstáculos. La mujer toma una cuerda y mientras sube tres metros, repite una y otra vez: “Hay locos por el dinero, pero también hay locos, que sin ser locos vuelven locos a los que locos no son; nunca te des por vencido comando'”.

Son 12 semanas de prácticas para 12 mujeres de la tercera promoción de Tigres. Van por la séptima semana.

Ochoa tiene 27 años, debía entrar al anterior curso (hay uno cada dos años), pero su embarazo lo impidió. Su hijo ahora tiene dos años y no ha visto a su madre desde enero, cuando se presentó para el curso. El niño está en Quito con su padre, otro militar. Cristian Veloz es cabo segundo.

El calor en Orellana es asfixiante. Por el sudor y la humedad, los pantalones se pegan a las piernas y las camisetas al cuerpo. Es mediodía y las alumnas siguen en la pista. Gabriela Urquiza toma una gruesa cuerda, se recuesta sobre esta y se desliza. Detrás van otras mujeres con uniforme camuflaje, rostros pintados y cabello recogido. No están solas. En otra pista hay 45 hombres de caras pintadas y cabezas rapadas. Llevan dos semanas de instrucción y los obstáculos son nuevos para ellos.

Rafael Guerra está con el uniforme verde mojado. Se lanza desde un madero y cae en un charco. El agua le cubre hasta el cuello y camina unos 10 metros. Sale del agua, sube a otro madero y vuelve a caer. Queda exhausto.

Tixe está tras de todos y murmura en voz baja. “Esto que ven es poco con relación a lo que pasamos en el Cenepa. No teníamos comida y un día tuvimos que buscar hasta los caramelos que una semana atrás escondimos debajo de la tierra”.

Edwin Castro también estuvo cuatro meses en el Cenepa, sobrevivió una semana sin comida. Hoy es coronel y director de la Escuela de Selva. “Los peruanos bloquearon a nuestras patrullas y no pudieron abastecernos. Por eso buscamos las mismas papas y cebollas que antes botamos porque estaban podridas. Pasamos solo con agua de cebolla y sal”.

Los ‘tigres’ aprenden supervivencia en la primera semana del curso. Las mujeres fueron abandonadas en la selva. Dos días sin comida ni agua. Bebieron del río y para las 12 encontraron solo una fruta llamada huevo de toro. El último día un poco de palmito y regresaron a la Escuela.

Cargan maletas verdes con 60 libras de peso, llevan casco y fusil. Los hombres se entrenan igual. Humberto Barcia, un subteniente de 26 años. Se inclina y toma las piernas. “Mucho dolor hasta acoplarnos”. Los ejercicios comienzan antes de que el sol aparezca, a las 05:00. Y termina una hora antes de la medianoche.

Barcia lleva en su bolsillo la imagen de la Virgen de La Merced, patrona de su natal Portoviejo. Guerra tiene la foto de Rafael Patricio, su hijo de cuatro años y ocho meses. “No lo veo desde enero”.

La temperatura sube más. Se percibe olor a pollo frito. No es el comedor de los alumnos, sino una ‘sala de clases’ en medio de la verde selva.

El instructor es el suboficial primero Edmundo Ron, otro combatiente del Cenepa e hijo de un ex combatiente de la guerra de 1941. Él sabe cómo hacer fuego sin fósforo. Toma un cable del fusil, frota sobre la madera y en contacto con la pólvora la llama se enciende. También es hábil para cazar aves. Una de estas está preparada sobre el fuego improvisado.

El silencio de la selva se interrumpe tras el grito de los alumnos. Los hombres ya casi terminan de cruzar la pista. Las mujeres ya lo hicieron. Es mediodía. Tixe y Castro van detrás de los subtenientes. La última orden es tomar las pesadas maletas, el fusil y marchar hasta una amplia sala con largas mesas y sillas. El almuerzo está listo, es consomé, arroz con pollo y papaya para los ‘tigres’.

Van 37 cursos de formación para hombres

El director de la Escuela de Selva, coronel Edwin Castro, dice que al menos 1 800 soldados pasan anualmente por todos los cursos. Existen 110 instructores. Este año se abrió la tercera promoción de ‘tigres’ para mujeres.

Los alumnos tienen materias de patrullaje, primeros auxilios, navegación fluvial, terrestre, manejo de explosivos. En tres meses son evaluados. Edwin Castro dice que el porcentaje de bajas es

mínimo.

Este año se desarrolla el trigésimo séptimo curso de ‘tigres’ para hombres. Una jornada comienza a las 05:00 con la revista de prendas y termina a las 23:00 luego de limpiar los fusiles y dejar en orden su indumentaria.

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