A los 8 años se ‘fundeó’ (inhaló pegamento amarillo) por primera vez y el martes 12 cumplirá 41, aunque aparenta más edad por su deterioro físico. Sentado en la vereda de la calle Sucre, a media cuadra de la plaza San Francisco, Roberto I. espera que llegue el mediodía.Es jueves y a esa hora unas 300 personas con experiencia de vida en calle (mendigos indigentes, delincuentes, prostitutas, etc.) aguardan en fila para recibir una ración de comida en la Comunidad Franciscana, en el Centro Histórico de Quito.
El psicólogo Giovanni Toscano, coordinador del Hogar de Vida 2, calcula que solo en Quito hay unas 8 000 personas en esa situación. Y que de ellas al menos el 90% es vulnerable a la adicción a algún tipo de droga. “Un trago o algún estimulante como la marihuana o cocaína resulta el único escape dulce en sus vidas”.
De allí que son víctimas del tráfico al menudeo de droga y de la venta ilegal de alcohol.
Apenas se abre la puerta, Roberto corre para incluirse en el grupo, porque dice tener hambre. Para él, esta es una de las opciones para conseguir alimentos, ya que dada su condición de drogodependiente no tiene trabajo ni otro ingreso para su manutención.
Se sube la basta derecha del jean negro, empolvado y casi en harapos, para mostrar que tiene una dolencia en su tobillo derecho. Pero “eso no me impide para que todavía le haga al ‘escape’ (robo de algún objeto de una tienda, almacén u otro lugar) apenas se descuiden esos giles)”.
Esa es su forma de conseguir dinero para comprarse ‘puntas’ (licor destilado de caña) y ‘polvo’ (cocaína), aunque dice que consume cada vez menos esta sustancia. Marlon Galán, psicólogo clínico y terapeuta en drogodependencia y alcoholismo, dice que mientras más se deteriora el estado de salud de estas personas, menor es el consumo.
¿Cuándo se dejan atrapar por las drogas? Los expertos dicen que muchos empiezan a los 8, 9 o máximo 12 años. Lo hacen por influencia de sus pares, en quienes buscan refugio como una salida a problemas familiares.
Según Galán, el amigo le dice “consigamos una ‘funda’ y vas a estar bien”. Así es cómo se acercan a las sustancias, unos con cemento de contacto y otros con alcohol”.
fakeFCKRemoveRoberto I., a sus 14 años, le entró de lleno al consumo de cerveza y aguardiente. Pero mientras avanzaba su juventud, avanzó hacia “las pepas, polvo y otras cosas. Hubo un tiempo en que me fumaba hasta unos 100 paquetitos”.
Marlon Galán dice que esa afirmación no es exagerada, ya que “cuando caen en el abuso de la adición consumen entre USD 20 y 30 diarios en drogas”.
Los ‘pusher’, ‘brujos’ o ‘diler’, como les conocen a los expendedores minoristas, aprovechan la debilidad de la gente en condición de calle para explotarla. Ellos les ofrecen envolturas que cuestan entre USD 0,50 y 1,50 cada una, aún cuando los consumidores no tienen para pagar.
Galán asegura que quienes llegan al abuso en el consumo, al estar en situación de calle, ya no ven la posibilidad de trabajar, sino de ‘ganancias rápidas’.
Así empiezan a explorar en el hurto a su familia, que, según la Policía, luego se extiende a los arranches o asaltos, primero con víctimas fáciles como niños, mujeres, parejas y, sobre todo, en la noche. Roberto I. reconoce que varias veces -dice que perdió la cuenta- fue detenido. También estuvo involucrado en riñas y agresiones.
Ahora Roberto, al igual que la mayoría, deambula por calles, mercados y parques. De acuerdo al seguimiento de los voluntarios del Hogar de Vida 2, ubicado en las calles Sucre y De los Milagros (Centro Histórico), la red de venta al menudeo sigue la pista de los sitios frecuentados por los mendigos.
Entre estos -según un monitoreo del programa de acogimiento del Patronato San José- están La Tola, La Marín, 24 de Mayo y Las Canteras (centro); La Ofelia y la Brasil (norte); y El Recreo, Villa Flora, Gatazo y Chillogallo (sur).
Los vecinos de esos barrios se quejan de que su presencia agrava la inseguridad. “Hay ocasiones en que se vuelven violentos por efectos de las drogas, que incluso llegan a agredir y a asaltar a los transeúntes”.
Toscano señala que se trata de una población fluctuante y esa es una razón para no tener cifras exactas. “Un día están en el norte, otro en el sur o se regresan a sus lugares de origen (son de Cotopaxi, Tungurahua, Pichincha, de la Costa, etc.) por un cierto tiempo”.
Casi todos los días, la primera idea con se levanten es cómo conseguir plata para comprar la droga. “Se pasan pensando en que le asalto al primero que pase, me robo un cilindro de gas’ Y, por ejemplo, apenas se presenta alguien descuidado hablando por teléfono le arranchan y ya”.
Carlos A., que intenta sobreponerse, transitó por iguales escenarios e historias. Por influencia de sus amigos empezó consumiendo alcohol y luego exploró otras drogas más fuertes. Cuenta que se dedicó a los ilícitos como el robo de artefactos y más cosas, por los que fue detenido y pasó en varias ocasiones por la correccional y la cárcel, aunque solo en dos ocasiones recibió sentencia.
Pero Galán asegura que llega un momento en que se diezman sus fuerzas. Entonces se ven obligados a cuidar autos o a pedir limosna. Para esto se mezclan con las personas de la tercera edad que pasan, en especial cada sábado, cerca de locales de la ciudad. Mas el dinero que recaudan no es para comprar alimentos o vestimenta, sino para droga o alcohol.
Rodrigo Tenorio, del Consejo Nacional de Sustancias, Estupefacientes y Psicotrópicas (Consep), dice que “por su condición de mendicidad e indigencia, llegan a consumir los rechazos y quién sabe qué tipo de mezclas”.
Los expertos consideraron que dada su condición de vida, los mendigos buscan salidas a sus necesidades materiales con fantasías como el alcohol, cocaína, marihuana, cemento de contacto…
El alcohol, por ejemplo, se convierte en un anestésico frente al frío de la noche, ya que la mayoría duerme a la intemperie. Incluso algunos mueren por hipotermia porque el alcohol bloquea la reacción del cerebro ante el frío.
En cambio, la base de cocaína les hace sentirse más fuertes, ágiles y dinámicos. No miden el peligro si deciden robar o saltar un muro. Roberto I., sin recelo, mostró su brazo izquierdo marcado por 14 cicatrices y otras más en su rostro.
Así también, el consumo de drogas les vuelve inmediatistas. Según Galán, se acercan con una tarrina en mano a cualquier restaurante y “como están malolientes y sucios les dan algo para zafarse rápido de su presencia incómoda”.
A Roberto no le preocupa su vestimenta casi en harapos. Carlos recuerda que improvisaba su ‘dormitorio’ bajo una visera; incluso a veces pernoctaba bajo puentes o cuevas, cubierto con cartones y plásticos. Bajo los efectos de alguna droga, lo único que le importaba era consumir más.