Puerto Colombia luce desolado. Situada cerca de la comuna quichua Yanamarum, en esta vereda (comuna) viven 30 familias. Cultivan maíz, plátano, yuca y cítricos. La plaza de tierra está rodeada de casas de madera. Una bandera de Colombia flamea en la escuela, que acoge a 20 alumnos. La vereda pertenece al corregimiento de Teteyé. La casa más próxima a la orilla del río San Miguel es de doña Zoila L. Un desvencijado billar es su mayor orgullo. La mujer, atenta y solícita, administra una tienda. Ofrece gaseosas para aplacar el calor de la selva. Cinco hombres charlan junto al billar. Rafael es el más locuaz. “Sí señor, aquí se cultiva desde coca en adelante”, dice, y sus compañeros festejan la ocurrencia.Rafael es un personaje singular del caserío, a la cual se llega tras dos horas de navegación por el río San Miguel partiendo desde Puerto Nuevo, en Ecuador. Rafael, de bigote hirsuto y pelo corto, se presenta como un campesino que ha vivido aquí 40 años, “ toda mi vida”. De su hombro derecho cuelga un machete envainado en un vistoso estuche de cuero repujado. El resto de hombres cumple faenas en el campo. Ni una alma se ve por la plaza y en las casas los niños hacen sus tareas. En la zona los combates entre las FARC y el Ejército son frecuentes. Rafael se lleva la mano al mentón, mira hacia el río ocre y evoca que la pelea más dura, la que nunca olvidamos -dice- ocurrió a finales de diciembre del 2007, cuando 22 soldados del país vecino murieron y sus cuerpos quedaron dispersos en la selva. No sabían qué hacer con los cadáveres. Cierra los ojos pequeños. “Por la lejanía, no podía acceder un fiscal para levantar los cuerpos, quedaron a la intemperie, a solo 10 minutos de aquí, junto a los árboles de guayacán y laurel”. Ángel Sallo, ex corresponsal de este Diario en Nueva Loja, fue testigo de las secuelas de este incidente. No olvida las imágenes de la guerra: los cuerpos destrozados, los uniformes en hilachas, los equipos militares regados en la espesura de la selva. Sallo escribió una nota de este hecho que le conmovió y le sensibilizó más.El 24 de agosto del 2006 hubo otro combate frente a Puerto Nuevo. Un proyectil de mortero cayó en aquel pueblo e hirió a tres ecuatorianos.“Yo no quisiera que se estigmatice a esta región como zona de combates; cada día en toda Colombia se registran 60 enfrentamientos entre la guerrilla y el Ejército; la presencia guerrillera va desde Puerto Colombia hasta La Guajira y desde Leticia hasta la frontera con Panamá”. Eso sostiene Rafael y sus amigos asienten.El campesino conoce mucho la historia de Colombia. Dice que en su país no hubo una gran reforma agraria. “A Gaitán lo mataron en 1948 porque quería aplicar la ley 100, la cual redistribuía las tierras, en especial los latifundios; su muerte desató la guerra”. Un diluvio cae a media tarde y Rafael y sus amigos se guarecen en el alero de la casa. “Aquí dicen que las almas de los soldados salen con la lluvia”, musita José Ordóñez, el conductor de la lancha.Cuando alguien muere se difumina, se desvanece, dice Javier Marías en su bella novela ‘Mañana en la batalla piensa en mí’. Imposible dejar de pensar en los soldados de la intemperie.