Para entrar al pabellón de máxima seguridad de la cárcel de Santo Domingo de los Tsáchilas hay que dejar celulares, llaves y todo material que pueda convertirse en arma. La revisión es exhaustiva antes de ingresar a un edificio de tres pisos donde se escuchan gritos, golpes de rejas y las miradas son intimidantes. 162 presos están en esta sección. Gracias a un detenido que tenía el hábito de leer Cumandá, una obra de Juan León Mera, funcionarios de la Prefectura vieron la necesidad de implementar un proyecto para dotar de una biblioteca a esta sección. “En ese entonces su biblioteca era de cuatro libros apilados en un rincón”, dice Dila Benítez, directora del patronato provincial.
Con este motivo, el 23 de febrero, la Prefectura de Santo Domingo realizó el lanzamiento de la campaña Promueve vida: dona un libro. Con esta idea se busca que la ciudadanía done libros al centro de reclusión.
Guillermo Salazar, director del centro carcelario, destaca la importancia de esta iniciativa dado que en esta sección las personas pasan la mayor parte del tiempo encerradas. El centro carcelario está dividido en tres secciones: mínima, mediana y máxima seguridades. En mínima, los presos cuentan con facilidades como cabinas telefónicas y aparatos electrónicos. En mediana ya hay restricciones: no hay cabinas ni aparatos electrónicos. En máxima seguridad solo se les otorga 30 minutos de patio cada tres días. Los años de su pena se desarrollan en un espacio de 3 m² por 3 m².
Hay extrema vigilancia. Incluso lo que responden los presos en las entrevistas con la prensa es vigilado. En esta sección las condenas están comprendidas entre los 16 y 35 años. Su nivel de peligrosidad y su seguridad son los motivos que hacen que se encuentren en esa sección.
“Si no tuvieran un libro ellos pensarían muchas cosas. En atentar contra sí mismo o contra otras personas. Queremos que ocupen su tiempo de una manera productiva, mediante la lectura”, dice Patricio Armijos, coordinador del centro. “Ellos están ávidos por conocer lo que pasa en el mundo exterior”.
Franz C., persona privada de la libertad, es el bibliotecario y afirma que la iniciativa ha dado buenos resultados. Tiene 200 libros a su cargo en los que se hallan textos didácticos, novelas, obras de historia y de motivación. “Es raro quien venga a dejar un libro y no se lleve otro. No se los llevan para dejarlos en la cabecera de la cama. Cuando devuelven un libro nos cuentan el resumen”, indica. Agradecen al gobierno provincial el apoyo que ha tenido esta iniciativa.
De celda en celda se realizó un censo donde registraron el número personas con analfabetismo puro y analfabetismo funcional. También de los que han pasado por el colegio y un nivel de instrucción superior. “El 40% sufre de analfabetismo puro, el 21% son analfabetos funcionales, el 25% ha llegado al colegio y el 5% tiene instrucción superior”, dice Franz C.. Además, los han clasificado en niveles. De cero a tercer grados, de quinto a sexto grados y de tercero a sexto cursos.
José G. es uno de los presos que cuenta con más adquisiciones a la biblioteca. Se encuentra en los patios y agarrado a las rejas cuenta que la lectura ayuda a pasar el tiempo que permanece en la celda. Los reclusos piden más libros. “Esto nos ayuda a rehabilitarnos porque invirtieron mucho dinero en la infraestructura, pero se olvidaron de cosas como estas. De la cuestión mental”, acota Franz C., quien al igual que el resto de sus compañeros viste un jean azul y camiseta blanca.
Según Robert Casamín, coordinador del centro penitenciario, los libros más pedidos son las enciclopedias. “Hay un buen grupo que quiere investigar ciencias. Además, este tipo de libros les llama más la atención por la presentación, sus ilustraciones y sus gráficos”. Un dato que llama la atención es que las personas que más piden libros son las recluidas por estafas y los extranjeros. Franz C. argumenta que esto responde a un nivel elevado de instrucción.
Esta biblioteca se ha constituido por donaciones de particulares y por donaciones de escuelas.
Son estos textos a los que acuden las personas que sufren de analfabetismo puro, según Armijos. “Incluso los que no saben leer aprenden viendo las figuras”.