Hace algunos días llegaba a mi casa después de un evento familiar. En una esquina estaba con un amigo. Lo encontré por casualidad y conversábamos de varios temas. La calle Venezuela, al sur de Riobamba, no estaba vacía, pues algunas personas caminaban por allí. Eran casi las 19:00.
Charlábamos y de pronto noté que dos hombres se nos acercaban. No me asusté pero no dejé de mirarlos. Ellos vestían ropa formal y no imaginé que pudieran hacernos daño. Estaba equivocada. Minutos después nos atacaron, pusieron un cuchillo en mi cuello y noté que ese artefacto tenía restos de sangre en la punta filosa; eso me horrorizó. A mi amigo también le colocaron un arma blanca en el estómago.
“Cállate y dame el celular”, me gritó uno de esos hombres, mientras me quitaba la cámara de fotografías que traía conmigo.
En mi mochila llevaba una computadora portátil. Sentía pánico de que se dieran cuenta de eso. Afortunadamente me creyeron cuando les respondí que únicamente llevaba mis cuadernos y algunos útiles escolares.
En lo que duró este incidente ellos no dejaban de amenazarnos y gritarnos. Nos intimidaban.
El otro hombre, alto y fornido, revisaba los bolsillos de mi compañero. Mi amigo intentó forcejear, pero reflexionó mejor y se quedó quieto, sin hacer ningún movimiento. No quería que intentara hacerse el héroe, porque simplemente estábamos indefensos. Le arrebataron un celular que sus padres le regalaron el día anterior por su cumpleaños.
Sentí rabia, pero no la expresé ni con palabras ni con acciones. Valía más nuestra vida. El asalto duró apenas minutos. Luego permanecimos inmóviles. No sabíamos cómo reaccionar. Los dos hombres se marcharon caminando con mucha tranquilidad.
Finalmente fui la primera en reaccionar: corrí a tocar el timbre de mi casa y algunos vecinos salieron. Les conté el suceso y cinco minutos más tarde fuimos a buscarlos, pero no los hallamos.
Creo que tan pronto como doblaron en la esquina corrieron.
Unos conocidos míos llamaron a los policías pero no acudieron en nuestro auxilio. Lo que más me indignó es que este delito se perpetró a pocos metros de mi casa y con testigos que no hicieron nada por ayudarnos. Solo se limitaron a observar la escena y huir rápidamente sin hacer nada.
Ahora tengo mucho miedo por estas cosas.
Evito salir a la calle sola y si tengo que hacerlo procuro que alguien me acompañe. Aún me pregunto: ¿por qué la Policía no respondió a nuestro llamado?