Manuel y Carlos. Víctimas de la delincuencia.
Era un sábado por la tarde hace seis meses. Habíamos terminado nuestra jornada de labores en el suroeste de Manta y los ingenieros a cargo de la obra nos pagaron por la semana.
Desde ese sitio hacia Manta nos movilizamos en bicicleta. Sacamos nuestras herramientas en un saco porque al siguiente día nos habían contratado para un trabajo temporal. Después de 15 minutos, una camioneta doble cabina se nos atravesó. Tres tipos estaban en el interior. Dos hombres se bajaron y nos preguntaron en dónde había venta de pescado por el sector y les dijimos que no sabíamos nada.
Uno de ellos dijo: estos están recién cobraditos. Sacaron una arma, nos apuntaron y nos pidieron que les diéramos todo lo que teníamos. “Si no quieren morirse aquí mismo”, nos decían.
Era nuestra vida o una semana de trabajo, les dimos una parte de la paga, pero no se quedaron contentos. “Estos tienen más, revísales”, dijo otro y nos obligaron a quitarnos la ropa y los zapatos.
Antes de salir de la obra, nos habíamos guardado el dinero en las medias. “ No tienen nada más, por lo menos sacamos algo para los cebiches”, dijeron los desconocidos antes de irse. Aunque después de tres minutos uno de ellos regresó y nos quitó las medias .
Con una pala que estaba en el saco de las herramientas dijo que por mentirosos nos merecíamos un castigo. Nos pegó con la herramienta en la espada. A Manuel le rompió dos costillas y a mí (Carlos) me lesionó un brazo.
También se llevaron las bicicletas y los celulares. Pedimos ayuda a unos señores que pasaban en una camioneta. Ellos nos llevaron a un hospital. Ahí nos hicieron unas radiografías, algunos huesos estaban rotos y otros lesionados.
Pedimos prestado un celular para llamar a nuestras familiares. A los 15 días salimos del hospital. Ahora trabajamos pero a quienes nos contratan les pedimos que nos depositen nuestro salario en cuentas de ahorros que abrimos en un banco de la localidad.