El sargento en servicio pasivo Nelson Castillo perdió sus piernas en la guerra del Cenepa. Ahora trabaja en el Plan Integral antiminas de la OEA. Aquí su testimonio.
Mi esposa se convirtió en mis piernas. Ella es la fuerza que me ayudó a levantarme y caminar con dos prótesis.
Era la mañana del 28 de febrero de 1995. Estábamos en plena guerra con Perú. Yo era sargento segundo de la rama de Ingeniería y estaba en Huaquillas (El Oro). Llegué a ese sector con 30 hombres a mi mando para sembrar minas antipersonales en la frontera. Ese día caminábamos por un terreno lleno de fango. La noche anterior había llovido y el suelo estaba suave. El lodo en las botas hacía que cada paso se tornara más difícil. Me adelanté pocos metros de mi pelotón para cerciorarme de que fuera seguro el trayecto por donde caminábamos.
El suelo lleno de lodo me obligó a saltar. En ese momento se activó una mina sembrada por mis propios compañeros. La fuerza de la explosión me expulsó por el aire, cuando caí pude ver una pequeña nube de tierra y humo; enseguida sentí que había perdido mis piernas. Elevé mi cabeza para ver la parte inferior de mi cuerpo y no las encontré. Las botas negras y el uniforme camuflaje habían desaparecido. Mi primer impulsó fue buscar mi fusil para quitarme la vida, pero en la explosión este también se había perdido.
Después de varios minutos y de escuchar a un soldado decirme que un comandante no abandona a su batallón, me tranquilicé y les pedí que hicieran una camilla con ramas y sus chaquetas camuflajes. En el trayecto al hospital, mi cuerpo se desvanecía y les pedí que si me moría, le dijeran a mi esposa que la amaba mucho y que siguieran adelante sin mí.
Luego de cuatro horas llegué al Hospital Militar de Pasaje, donde me realizaron la primera de seis operaciones a las que me sometí. Los médicos utilizaron anestesia raquídea para la intervención y jamás perdí la conciencia. Durante la cirugía pude sentir como los doctores cercenaron mis piernas. No me podía mover, pero podía escuchar el sonido de algún aparato como el de una sierra eléctrica, también pude percibir un olor a quemado. Me preocupé y le pregunté a uno de los especialistas qué era lo que me hacían. Él respondió que era necesario detener la hemorragia.
En esa camilla y con aparatos conectados en todo mi cuerpo, pensé en cómo sería mi vida desde ese día. La vida de un militar es activa y llena de ejercicios físicos.
Pensaba en que ya no podría trotar las mañanas, bailar en alguna fiesta con mi esposa y, aunque era irónico, el único deporte que me apasionaba en el Ejército era orientación militar. Este es una prueba de resistencia en la cual se corría de 10 a 15 kilómetros con una carta topográfica y una brújula para encontrar un lugar. Yo había participado en tres campeonatos de fuerzas especiales y en la Brigada Galápagos . Me sentía como un pájaro sin sus alas.
Luego me trasladaron al Hospital Militar de Quito y fue muy doloroso ver a mi familia llorar porque perdí las piernas. Mi esposa me bañaba, me cargaba para ir a cualquier lugar. Un año estuve fuera de las FF.AA. y en ese tiempo vi en los hospitales peores casos que el mío. Por eso no me rendí.
Cuando inició la guerra yo estaba casado y tenía tres hijas de 10, 8 y 3 años. Ellas fueron la razón por la cual mis compañeros no dejaron que me quite la vida. “Tú puedes salir del problema, piensa en tu familia. Tienes que recuperarte para regresar a levantar las minas cuando termine la guerra”, me dijo un amigo.
En la formación del militar, el aprendizaje de primeros auxilios es fundamental. Sabíamos qué hacer en caso de una herida de bala, una mordida de serpiente, un cólico, etc. Pero desconocíamos cómo actuar al ver a alguien sin piernas. Mis subalternos estaban asustados, una persona que caminaba con nosotros tomó fotografías del accidente, pero sus manos temblaban tanto que las imágenes eran distorsionadas.
Luego de aceptar mi nueva vida, me dediqué a defender a los discapacitados y fundé la Asociación de Combatientes Discapacitados “Alto Cenepa”. Hoy trabajo en el programa de Acción Integral contra las minas antipersonales de la Organización de los Estados Americanos. Soy una persona como cualquier otra, manejo mi propio vehículo y hasta realicé un salto libre desde un avión a 12 000 pies de altura. Mi mayor felicidad fue ser padre por dos ocasiones más. Mis cinco hijos y mi esposa son mi inspiración, mi orgullo y la razón para luchar cada día para salir adelante.
HOJA DE VIDA
Sargento Nelson Castillo
Su experiencia. Fue sargento segundo del arma de Ingeniería. Se desempeñó como minador durante el conflicto del Cenepa en 1995.
Su punto de vista. La pérdida de sus piernas le significó una nueva oportunidad en su vida y salir adelante.