Yo vivo en Santo Domingo de los Tsáchilas. Hace siete meses fui a visitar a un amigo que vive en Quito. Llegué a su trabajo, en el sector de la Plaza de Toros. Al salir del trole, caminé una cuadra hacia el norte para tomar un bus y, de pronto, se acercó un joven, que calculo no tenía más de 18 años.
Me preguntó si vivía por el sector y le contesté que no. Entonces, me pidió la dirección de un instituto que supuestamente estaba cerca y siguió con preguntas.
Durante ese tiempo se acercó otra persona, también joven, y me dijo que estaban buscando a alguien para vengarse por haberle golpeado a su hermana. Cuando empecé a sospechar de sus intenciones se acercaron otros dos hombres y dos mujeres. Observaron que tenía en el bolsillo un celular, porque se veía el cordón.
Lo tomaron de repente. Yo no puse ningún tipo de resistencia, porque en la espalda traía colgada una maleta. Ahí estaba una cámara fotográfica profesional valorada en unos USD 1 500.
Caminé despacio hacia una pared cercana y evité que me rodeen. Me insultaban y me amenazaban diciendo que iban a golpearme si gritaba o avisaba a alguien sobre el robo.
Una persona que creo que se percató de lo que estaba pasando, se acercó al lugar y los delincuentes se asustaron un poco y se fueron caminando. Cruzaron la calle y vi que se alejaban del lugar. Durante unos minutos me quedé como en ‘shock’ y no supe reaccionar frente a la situación.
Me llené de miedo y apenas atiné a detener el bus. Ahí pensaba que al final tuve suerte porque si me quitaban la maleta la pérdida hubiera sido mayor. Mi celular era uno que en el mercado costaba alrededor de USD 210.
De ahí pasé un buen tiempo, creo unos cuatro meses, sin celular. Luego compré otro modelo barato, pero también intentaron robármelo en el sur de la ciudad.
Con mis compañeros de la universidad fuimos a unas canchas que están en el sector de El Recreo, para participar en un campeonato de fútbol interno. Llegué a una parada del sistema integrado del trolebús; salimos del lugar y caminamos por un puente hacia las canchas.
Mi amigo tenía el celular conectado a unos parlantes y escuchábamos música mientras conversábamos. Entonces, dos desconocidos que estaban camuflados en una bajada de tierra subieron rápidamente y nos sorprendieron.
Uno de ellos sacó del bolsillo un martillo pequeño de hierro y el otro tenía una pistola. Le apuntó a mi compañero y le pidió el celular, los parlantes y el dinero que tenía en la billetera. A mí me dijeron que les muestre el celular y como era barato no me lo quitaron.