Cuando se levantó del piso no recordaba nada. Sintió su nariz hinchada y vio gotas de sangre en toda su ropa. Estaba en la sala de su casa.
De pronto escuchó el grito de su madre desde otra habitación: ¡Liliana tráeme agua!
El temor invadió su cuerpo y se quedó paralizada, pero tuvo que reaccionar inmediatamente. Sabía que si no lo hacía su madre nuevamente le pegaría hasta dejarla inconsciente. A sus 8 años, Liliana tomó la decisión de salir de su casa. “Escapar era lo único que se me vino a la mente en ese momento; no quería saber más de golpes, maltratos e insultos”.
Según el art. 22 del Código de la Niñez y Adolescencia, los menores tienen derecho a tener una familia y a la convivencia con esta. “Tienen derecho a vivir y desarrollarse en su familia biológica. El Estado, la sociedad y la familia deben adoptar prioritariamente medidas apropiadas que permitan su permanencia en ella”.
En esa norma se explica que excepcionalmente, cuando aquello sea imposible, los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a otra familia, de conformidad con la Ley. “En todos los casos, la familia debe proporcionarles un clima de afecto y comprensión que permita el respeto de sus derechos y su desarrollo integral”.
Eso no ocurrió en el caso de Liliana, que en el 2 010 fue parte de los 2 269 hechos de violencia intrafamiliar femenina en menores de 0 a 12 años que se registraron en Quito, según el Observatorio Metropolitano de Seguridad Ciudadana (OMSC). 22 casos en hombres del mismo rango de edad ocurrieron en igual período. Dos de ellos fueron el de José Miguel, de 7 años, quien junto a su hermano Braulio, de 4, recibían fuertes castigos por parte de sus progenitores. “Mi padre llegaba a la casa borracho y nos pegaba. Cuando mi mamá estaba sola también bebía y nos golpeaba en la cara y en el estómago”.
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Los pequeños no asistían a clases y se quedaban en casa, la mayor parte del tiempo violentados por sus padres. “Sé que ella (la madre) no estaba bien, creo que se drogaba, casi no iba a trabajar, pero eso no justifica todo lo que me hizo vivir”, cuenta Liliana triste, con la cabeza agachada.
De acuerdo con el estudio ‘Prevención del maltrato infantil’, de la Organización Mundial de la Salud, los lactantes y niños en edad preescolar son los más expuestos a fallecer a causa de un maltrato, por su dependencia, vulnerabilidad y atención social escasa. El estudio señala que el maltrato en la infancia está asociado a factores y comportamientos de riesgo en la edad adulta. Este tipo de comportamientos abarca: victimización con violencia y perpetración de actos violentos.
Los trabajadores del Centro de Protección de Derechos y del Departamento de Acogimiento del MIES-Infa visitan a las familias de los pequeños violentados para conversar con los padres. Janneth Borja, de Protección de Derechos, explica: “Primero se trata de hacer una reinserción familiar”.
Agentes de la Dirección Nacional de Policía para Niños y Adolescentes (Dinapen) encontraron a Liliana bajo un puente del centro-norte de Quito. Pasó unos meses en un centro de acogimiento y allí le ayudaron a localizar a una hermana de su padre, quien falleció cuando ella tenía 2 años.
José Miguel y Braulio tampoco quisieron volver con sus padres y pese al trabajo de reinserción, un juez dijo que debían permanecer en una casa hogar mientras se escogía una familia sustituta por su integridad. Cifras del MIES-Infa revelan que en el primer semestre de este año se han denunciado 81 casos de violencia intrafamiliar en Pichincha.
La mayoría de casos se registran en Cañar (145), Loja (144) y Azuay (126). A escala nacional se han registrado hasta junio 871 hechos. El Código de la Niñez menciona también en el artículo 22 que el acogimiento institucional o cualquier otra solución que los distraiga del medio familiar, debe aplicarse como última y excepcional medida.
El MIES-Infa realiza el seguimiento de los casos en donde la reinserción no es posible.
Estos pasan al Departamento de Acogimiento para buscar al menor una casa-hogar temporal mientras se busca a otro familiar con el que pueda vivir.
Después de un año, los menores no han podido superar el trauma que los maltratos físicos y psicológicos les generaron. “A veces me despierto en la madrugada gritando, me toco la nariz o me cojo la cabeza, eran los lugares en donde más me pegaba mi mamá”, cuenta Liliana.
La psicóloga educativa Patricia Torres sostiene que los traumas que pueden producir los maltratos en un menor son severos. “Durante los primeros 6 años se forma la personalidad. Si recibe maltratos, las marcas le quedan toda la vida, pues todo lo almacena en su subconsciente. La falta de amor será normal para el menor que generalmente crece sin seguridad y autoestima”.
Por eso, la experta dice que no solo es necesario un tratamiento psicológico, sino obligatorio, pues de acuerdo con su experiencia un 90% de menores maltratados tienden a generar conductas antisociales en la madurez. “He tratado casos graves en instituciones estudiantiles en donde entrando a la adolescencia presentan conductas agresivas, rebeldes. No es en todos los casos pero sí en su mayoría. Por eso no debe subestimarse un tratamiento oportuno”.
José Miguel y Braulio residen y estudian en un centro de acogimiento en el centro de Quito. Esperan que se localice a un miembro de su familia que esté apto para cuidar de ellos. De no encontrarlo vivirán en la casa-hogar hasta que puedan hallarles un hogar sustituto. “Extraño mi casa, pero recuerdo todo y pienso que es mejor estar aquí”, dice José.