Que desayunar crónica roja no se convierta en parte de la cotidianidad. En TV, periodistas reportan desde la Policía Judicial sobre las ‘últimas capturas’, con los detenidos parados a sus espaldas, antes de que en la siguiente cápsula informativa se enumeren asesinatos, imágenes incluidas.
Ni hablar de periódicos, que llenan portadas y crónicas con fotos de cadáveres (ver en la Constitución artículos 76, sobre presunción de inocencia, y 78, sobre respeto a víctimas).
El tratamiento informativo de la violencia también es periodismo y, como tal, requiere rigor, ceñirse a la Ley y respetar a los demás. ¿Por qué? Porque hablar de violencia es hablar del miedo, y sin esa conciencia nada bueno se puede esperar de la prensa. Y no solo de esta. La campaña gubernamental Más Buscados, con fotos y nombres de sospechosos sin sentencia desperdigados en el país, es igual de violenta, como los discursos de la oposición.
Una asambleísta ha dicho que en cinco años de este Gobierno 23 000 personas fueron asesinadas en Ecuador. Exageró. En ese período hubo 12 477 víctimas del crimen. Tema tan grave merece seriedad y menos manejo proselitista.
Pero no sorprende. Hasta la propuesta final de Ley de Comunicación delega a los medios, sí, a los medios, la responsabilidad de incluir en sus códigos deontológicos principios como respetar la presunción de inocencia o evitar el tratamiento morboso de crímenes, accidentes y catástrofes.
Los medios de TV y prensa que han dado ese vuelco por sí solos son escasos. Entonces, si la prensa tiene aval para difundir pornomiseria 12 horas al día (de 18:00 a 06:00), ¿qué busca regular la ley de medios?