El estado de Tamaulipas, en el norte de México, es territorio de sangrientas batallas entre dos grupos de narcotraficantes. Uno de ellos es acusado de causar horrendas masacres.
Pero los medios de comunicación de la región casi no hablan de violencia. La feroz guerra narco se derramó sobre buena parte del país en los últimos años y muchos periodistas viven bajo la amenaza de los carteles de la droga e incluso de integrantes de las fuerzas de seguridad, según denuncian algunos, imponiéndose la autocensura y reporteando lo mínimo.
Además de cámaras, grabadoras o libreta y plumas, ahora muchos reporteros cargan un chaleco antibalas, aunque saben que no les servirá de nada si son atacados por algún grupo armado de un cartel de la droga al que no le gustó alguna nota. “Mi trabajo no es estarte avisando, mi trabajo es matar. Tú síguele y nos vamos a topar”, dijo una voz al teléfono de un periodista de una televisora en Monterrey. “Sabían todo de mí, dónde vivo, cuántas hijas tengo y sus nombres”, dijo el periodista al recordar la amenaza, ocurrida años atrás a raíz de la captura de sicarios de los Zetas, antes brazo armado del cártel del Golfo y ahora su enemigo.
Los asesinatos y amedrentamiento de periodistas aumentaron a medida que la violencia avanzó en el país y ya no se reduce solo a la frontera con Estados Unidos. Desde el 2006, año en que recrudeció la lucha entre carteles, 50 periodistas han sido asesinados, según datos de la oficial pero autónoma Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). En regiones vecinas a la Ciudad de México como el estado de Morelos, algunos trabajadores de prensa han sido secuestrados desde diciembre del 2009, cuando marinos abatieron al jefe narco Arturo B. y se desataron sangrientas luchas internas por el liderazgo de la organización. “Trabajas cuidándote de que no te pase nada. Te refieres a un hecho puntual de violencia pero sin interpretar, sin ir a fondo”, comentó un reportero de radio.