La mañana era fría en una comunidad recóndita del Cañar. El cielo gris tapó el tenue sol que alumbró hasta las 10:00 del pasado jueves. La bruma se abría paso en la cancha de la escuela donde 30 niños jugaban con una pelota vieja.
Allí no estaban las dos niñas, de 6 y 9 años. Ellas son hijas de Avelina Palaguachi, de 32 años, quien fue asesinada junto a su hijo Bryan, de 2, en Estados Unidos. Las pequeñas regresaban de la cocina de la escuela sirviéndose un vaso de colada porque no habían desayunado.
“En la parroquia, la noticia de los homicidios se había regado como pólvora en febrero del 2011”, manifestó el teniente político de esa localidad. “Fue un hecho triste y doloroso”.
El crimen cometido en contra de Avelina arrastró a las niñas a la pobreza y olvido. Las blancas manos de la hermana mayor lucen enfermas de verrugas que, al manipularlas, brotan sangre. Lo mismo ocurre en sus pies, brazos, labios y hasta dentro de su boca.
Ella nació en Brockton, Massachussetts y vivió cuatro años con su madre. Regresó de Estados Unidos a Ecuador con una sola verruga en la pantorrilla, pero el problema se ha agudizado.
Las dos viven en una sencilla casa de bloque junto a sus abuelos Félix Palaguachi, de 67 años y Avelina Cela, de 72, en un pequeño poblado de seis viviendas.
Allí no hay alumbrado público y consumen agua entubada. Por las lesiones deformativas en sus manos y boca, la pequeña no ha recibido atención médica.
“En clases, pasa casi todo el tiempo con el lápiz en la boca y eso podría dispersar el virus”, relató la maestra de la escuela donde estudia.
Las menores y sus familiares viven en una comunidad indígena ubicada a 90 minutos del centro de Azogues, siguiendo una estrecha vía carrozable en mal estado. Los abuelos de las niñas apenas tienen fuerzas para trabajar la tierra y producir sus propios alimentos para comer.
Las niñas van a la escuela con prendas viejas. La delicada sonrisa de la hermana mayor cambia por un profundo suspiro cuando recuerda que con su madre salía a pasear. “Ella me llamaba por teléfono siempre y yo era feliz. Ya no escucho su voz”, relata.
Para Félix Palaguachi, todo se acabó con su muerte. “Duele tanto a la familia por estas niñas. Nosotros estamos viejos y enfermos, no quiero pensar en que mañana nos sorprenda la muerte”, dijo.
Por falta de tiempo y dinero, la familia de Avelina Palaguachi no puso la denuncia. La Fiscalía actuó de oficio cuando Luis G. fue detenido en Cuenca. Entonces, ya se conocía también sobre las muertes en Brockton y que él era el único sospechoso del caso.
Félix Palaguachi narró que su hija vivió 5 años en EE.UU. En ese tiempo les enviaba dinero para la comida y ropa. Cuando emigró les encargó a su hija mayor cuando tenía 3 años, y llevaba a la otra en su vientre (de cuatro meses), como madre soltera.
Los hermanos de Avelina, que emigraron primero, financiaron su viaje de USD 8 500 por vía marítima.
Dos meses demoró la travesía a Norteamérica. En EE.UU., Avelina también tuvo a su tercer hijo, Bryan, de una relación con el cañarense Manuel Caguana. Él trabajaba en la construcción y ella limpiaba casas.
Ellos conocieron al sentenciado, Luis G., en el 2009. “Nos contó que acababa de salir de la cárcel, acusado de maltrato y que no tenían a dónde ir. Por solidaridad le ayudamos”, manifestó Caguana desde Estados Unidos en la audiencia de juzgamiento a través de una videoconferencia.
Para la profesora de las dos niñas, la muerte de Avelina Palaguachi afectó la parte emocional de las menores. La una repite el tercero de básica y aún no escribe fonemas. “No tienen ninguna motivación”, contó. En medio de la tristeza, ellas recuerdan que su madre siempre ofreció llevarlas con ella a Estados Unidos.