Los disparos se escuchaban todas las noches. En camionetas y en motos, los desconocidos hacían rondas para proteger las 30 hectáreas de tierra que decían haber comprado hace seis meses.
A mediados del año pasado arribaron los primeros forasteros a San Antonio y a San Vicente, dos zonas en la periferia del suroccidente de Quito. Luis T., vecino de un barrio aledaño, recuerda que los domingos llegaban en camionetas ‘modernas’ y que hacían sesiones al aire libre.
Allí convocaban a los interesados en comprar “terreno propio y barato”: los 200 metros cuadrados se ofertaba en USD 3 500. La cuota inicial era de USD 200 y había 22 mensualidades de 150. “Andaban de casa en casa ofreciendo estos predios. Al inicio nadie aceptó, porque esas tierras siempre han sido del Iniap (Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias )”, dice un vecino.
Pero a Julio Ch. lo convencieron y compró dos terrenos. Se apoderó de las propiedades y comenzó a pagar, aunque no tiene servicios de agua, luz, ni calles para acceder a la casa. Ayer, los familiares de este hombre se encontraron con unos 200 policías que llegaron en motos y en caballos para desalojar a unas 30 familias que, con bloques y planchas laminadas, habían levantado casas. Faltaba un poco para el mediodía y un tractor comenzó a tumbar las estructuras. Detrás de los gendarmes estaba la directora de la estación experimental Santa Catalina del Iniap, Geoconda García. Según ella, las invasiones a las propiedades del instituto comenzaron hace cinco años. “Están ocupadas unas 100 hectáreas”. Mientras la funcionaria pedía el desalojo, apareció Raúl Iza, quien dijo ser abogado de la familia Serrano e indicó que ellos son los “verdaderos dueños” y no el Iniap. “Nosotros somos los afectados por las invasiones”, dijo.
La Policía siguió con el desalojo y vecinos que viven en barrios cercanos recordaban cómo los forasteros armados cambiaron el panorama de la zona. Cuentan que se ‘adueñaron’ de la única vía enlodada que conecta a los barrios con la Panamericana Sur.
Hace dos meses, Marcelo P. intentó cruzar por esa calle, pero uno de los hombres le detuvo y le pidió la cédula. “Me dijo ‘a dónde, a dónde. Por aquí ya no puede pasar nadie’. Todos tenían escopetas y estaban en las esquinas”.
De una casa de unos 5 metros cuadrados salió un hombre flaco y pequeño. Es Pedro G., quien aceptó ser el cuidador de las tierras y dijo que por ese trabajo le pagaban USD 240 al mes.
“Él siempre anda con machete queriendo agredir a la gente”, increpó un vecino. El hombre lo negó, mas un policía halló dos machetes en su vivienda.
Pedro G. aseguró que no sabe quién lo contrató. Blanca P. tampoco recuerda el nombre de la persona que vendió el terreno a su suegra. Ella y siete familiares más vivían en una casa que hace cinco meses levantaron con cartones, residuos de tabla y bloque.
Nadie se atrevía a denunciar a los cabecillas de lasinvasiones, pero la Policía halló otro pequeño cuarto donde se leía la palabra ‘Oficinas’. Estaba abandonado, aunque adentro se hallaron recibos, facturas, fotos de tierras, maquetas y un número de cuenta, de Vicente O, en donde la gente dijo depositaba los pagos.
Junto a esa casa vive otro hombre, que también reconoció ser guardia. De pronto, dos extraños más salieron de la casa y presurosos dejaron el lugar en una moto.
Quito
Melissa Arroyo
Víctima de la delincuencia
‘Me golpearon mientras me robaban’
A las 20:30 del sábado 15 de enero, estábamos con mi familia celebrando un ‘baby shower’ en mi casa, en Puembo.
Sin darnos cuenta, cinco encapuchados ingresaron de forma violenta para robarnos. Lo primero que hicieron fue
amenazarnos que iban a disparar si no cumplíamos sus órdenes. A mis primos los botaron al suelo y a mis tíos los golpearon y amarraron.
Yo me escondí, pero uno de los ladrones me vio y me jaló de los cabellos hasta la sala de la casa. Con voz amenazante me dijo: tú tienes que decirme dónde está la caja fuerte y las joyas, si no te golpeo.
Se llevaron USD 1 500 de mi tía y 500 de otros familiares, también dinero en efectivo de mis papis y joyas. Para que no los veamos apagaron las luces de la sala y nos apuntaron con sus armas. Ellos permanecieron en la casa durante 15 minutos y lograron llevarse hasta las llaves de los autos.
Por suerte, a uno de mis tíos no le robaron el teléfono celular y llamó a la Policía. Los agentes tomaron la versión de lo que pasó y, como el monto del robo superó los USD 5 000, nos dijeron que la Policía Judicial iría a nuestra casa, pero jamás fueron.
La propuesta
‘Hay que ser solidarios’
Ing. Fausto Ramos/ Pdte. Colegio de Ingenieros Químicos
Para tener seguridad ciudadana debemos tomar en cuenta que primero hay que ser solidario en la familia, en el vecindario y en el trabajo.
La gente no puede confiar solamente en la Policía Nacional para sentirse segura. Debe ser una práctica cotidiana que se dé desde el hogar y el barrio.
Por más que coloquen 20 policías en una cuadra, esto no será suficiente si no ponemos en práctica técnicas de protección.
Por ejemplo, cuando existe una buena relación con los vecinos, se puede tener la confianza para pedirles que vigilen nuestra casa cuando salimos de viaje.
Ahora esa práctica ya no se realiza, porque los vecinos ni siquiera se conocen entre sí.
Hace dos años fue parte del comité de seguridad de Rumiñahui. Allí tenían un plan de resguardo en cada cuadra. Había un Presidente por cada sector. Él era el encargado de obtener todos los contactos telefónicos de su manzana. Se mantenían reuniones semanales para promover la participación de los vecinos y la fraternidad.
Asimismo, esa persona era la encargada de tener a la mano los teléfonos de los organismos de socorro como la Policía, Bomberos, hospitales, etc.
Es decir, se formaba una red de contactos para estar preparados ante cualquier emergencia.
Pero para que toda esta red funcione adecuadamente es necesario recuperar los valores como la solidaridad.