Son las 10:30. En el centro de la comuna Llano Grande, al norte de Quito, van y vienen buses y otros automotores. Las tiendas, cibercafés y restaurantes del lugar están casi vacíos. “Muchos vecinos seguramente se fueron a Cayambe”, dice un transeúnte que prefiere no ser identificado.
¿A Cayambe, por qué? “Porque allá era el traslado del cuerpo del curita que mataron el otro día”, contesta presuroso, mientras se sube a una de las camionetas de la cooperativa Calixto Muñoz. A lo lejos, un patrullero pasa por una de las calles transversales.
La muerte del párroco Roberto Ruiz Aguirre, descubierto el jueves en la mañana, ha conmocionado a los vecinos. Algunos, como Rosa Tansituña o María Loachamín, afirman que en el barrio hay asombro y pena porque el “padre era una buena persona”.
Ambas mujeres tienen sus negocios en el mercado y cuentan que en el barrio todos los moradores se conocen, “aunque sea de vista. Muchos se han ido a España en busca de un mejor porvenir, pero acá nos conocemos todos y por eso reconocemos enseguida cuando alguien no es de aquí”, agrega doña Rosa, como la llama la mayoría de sus clientes.
Las dos mujeres comparten el mismo criterio: Llano Grande era tranquilo, pero últimamente los asaltos y los robos han aumentado. “Usted ve que el barrio está lleno de sementeras de maíz, y los desconocidos aprovechan y entran por ahí a las casas para robar”, dice María Loachamín.
A lo que doña Rosa agrega “antes caminaba tranquila hasta casi la medianoche, ahora me da miedo, porque hay gente que no conozco en las calles y con las noticias sobre asaltos y robos, una se siente desprotegida”. A ella le han robado dos veces, dinero de un día de ventas y el celular.
El relato de la mujer es interrumpido por la gente que se baja de los buses alimentadores del trole y que acude a su tienda. Dos chicas la saludan y escuchan lo que cuenta y asienten con la cabeza, en señal de aprobación.
Cuando doña Rosa menciona que luego de la muerte del párroco “se siente desprotegida”, las dos jóvenes al unísono dicen “sí”.
En ese momento, el patrullero de la Policía pasa por el mercado y Rosa comenta que este pasa dando vueltas por el barrio todo el día, “pero aunque tienen relevo no se dan abasto porque el barrio ha crecido mucho, tienen que poner otra UPC (Unidad de Policía Comunitaria) acá”.
Mientras tanto, en el parque que está junto al mercado, algunos padres acompañan a sus pequeños hijos a jugar y otras familias se reúnen, como todos los sábados al mediodía, para ir en grupo a una de las canchas del barrio donde juegan fútbol.
José Vázquez señala que se siente seguro, pero porque su casa queda junto a la UPC. Mientras juega con sus dos hijos dice que hay muchos desconocidos que han llegado al barrio y eso por ahora es inseguro, sobre todo en las noches. “Arman escándalos y de ahí vienen las peleas y no tenemos la tranquilidad de antes”.
Al preguntar si cree que Llano Grande es seguro, Vázquez responde que ha sido tranquilo, pero con la muerte del párroco ya duda. “No sé mucho sobre lo que pasó con el padre, pero sí me atrevo a decir que al estar invadidos por extraños, pues me da la sensación de que ellos vienen de otras partes a delinquir”.
El criterio del subteniente Cristian Rivas, jefe de la UPC del sector, es distinto. El agente menciona que la muerte del padre es un hecho aislado, que no tiene que ver con laseguridad barrial. “Tenemos problemas con los libadores, muchos se ponen violentos en las fiestas y empiezan los enfrentamientos’ pero, en general, este barrio es tranquilo. A veces no podemos hacer un patrullaje en todas las calles, porque es difícil el acceso a muchas de ellas porque no están asfaltadas”.
María Loachamín insiste en que sí hay más inseguridad. “El otro día, no eran ni las 19:00 y asaltaron a un joven que salía del consultorio del odontólogo. Sí tenemos problemas de delincuencia, sobre todo con los jóvenes. No sé si son pandillas o se arman grupos, pero se emborrachan en las fiestas y arman las peleas”.
Esta vecina manifiesta que en los 10 años que vive en Llano Grande no había visto la delincuencia que hay ahora y, sobre todo, “nunca una muerte tan horrible como la del padre”.
Su relato es interrumpido por varios comensales que llegan hasta su puesto de comidas. Otros vecinos van a comprar agua o refrescos a la tienda de doña Rosa.
Los buses alimentadores del trole llevan y traen pasajeros que se pierden por las empolvadas calles que rodean el mercado.