Las evidencias se manejan con sigilo. Ningún juez se ha pronunciado. Pero en redes sociales, televisoras y tapas de diarios periodistas jueces etiquetaron al caso como asunto de drogas. El hecho: una avioneta se estrelló en Pedernales, Manabí, en la costa del Pacífico, Ecuador.
¿Narcocolisión? Parece un prurito utilizar el término ‘narco’ como prefijo en titulares de la prensa. Narcoestado, narcodemocracia, narcovalija, narcoavioneta, narco…
Antiético. A partir de la etiqueta ‘narco’ se asume que todo hecho forma parte del tráfico de drogas, sin que exista constancia y menos sentencia sobre aquello.
Más grave: la diseminación del prefijo puede distorsionar el fenómeno, sembrar paranoia. El riesgo es naturalizar.
¿Hay que mostrar la violencia de forma descarnada o callar para no dar mala imagen al país? El periodismo responsable aborda los hechos de la violencia con una premisa: respeto (protección de derechos de víctimas, testigos y sospechosos). No hace conteo de muertos, contextualiza la violencia. No es correísta ni anticorreísta, porque no sirve a bandos. Busca que la sociedad conozca, para que sea capaz de dar cara a la realidad.
En la cobertura responsable de la violencia no tiene sentido difundir en la prensa mensajes de las mafias: entrevistas con capos, pasquines, cartas junto a cadáveres, etc. ¿Por qué? Porque ellas, las mafias, solo hacen su propaganda.
Como tampoco tiene sentido hablar de tiros de gracia, cofre de la muerte, abatidos, levantados, ejecutados. Ese lenguaje legitima a las mafias, porque los términos le pertenecen. Como esas muertes, impunes. Tenerlo claro, así como desnarcotizar el lenguaje, es el reto. Los periodistas no somos jueces.