Atardecía cuando un aire frío atravesó la espalda de David. Al encender el computador portátil que el hombre de cabello largo rizado y rostro barbado le ofrecía, se encontró con su nombre de usuario y contraseña. Había hallado su laptop.
La madrugada de aquel sábado, desesperado, David había seguido el consejo de un conocido: ir a Machachi (sur de Pichincha) en busca de la portátil que 10 días antes le habían robado a su padre en Ibarra (Imbabura). En esa máquina estaba su tesis sobre la Optimización de procesos en la producción limpia de una planta textil, con la cual David esperaba sellar su Ingeniería en la Politécnica.
En la feria informal de Machachi los comerciantes le dieron instrucciones para que esperara al joven de las laptop junto a un puesto de enseres. Este apareció y David pidió una Apple Macbook Pro G4. El desconocido asintió, pidió su número telefónico y por la tarde llamó. Citó a David en el Registro Civil de Turubamba, sur de Quito.
La tapa de la máquina había sido forrada con un adhesivo, pero al iniciar la sesión David no lo dudó. Pagó, sin regatear, los 800 dólares solicitados, sin denunciar al ‘vendedor’.
El mercado de objetos sin papeles es una pieza cardinal en la cadena delictiva en el país. El de David es un caso de excepción, buscó su computador, su tesis, y los halló.
Pero ¿cuántos otros, tras sufrir el robo de celulares, dispositivos electrónicos, laptops, se enrolan al círculo: mandan a robar lo perdido?
Hay que decirlo, al ecuatoriano no le asquea lo informal. Véase el repunte de la piratería de DVD en la calle.
Esos mercados se pueden cerrar. Mas, ¿de qué sirve si no se apunta a la mentalidad? Pulverizar lo informal -al conseguir laptops o tierras- supone no tanto trazar una estrategia militar, sino educar.