Los robots de Google pescaron 21 reportes informativos, en una hora, de 16:00 a 17:00, con la noticia: 1,9 toneladas de droga halladas en Ecuador.
El cable internacional diseminó el hecho al mismo tiempo que los portales digitales de los medios de comunicación. Desde el jueves se hallaron cargas de narcóticos en las tres fronteras: 1 tonelada en Esmeraldas (límite con Colombia); 120 kilos en Loja (frontera con Perú); y 780 kilos en el Golfo de Guayaquil (en la ruta hacia el Pacífico).
Que Ecuador es el corredor de la droga de Colombia y de Perú hacia otros destinos se ha probado hasta la saciedad. Mas, esa tragedia no puede pasar de largo. La simple enumeración de kilos o de toneladas, día tras día, la sensación de que nos enfrentamos a algo irreversible, solo contribuyen a ampliar la desidia social. ¿Cuál desidia? Esa que exhiben los políticos con su desconexión frente al mundo de las drogas.
El resultado es la escasa crítica, el desconocimiento sobre la complejidad del tema, la pobreza del debate. Las organizaciones del crimen; sus guerras; la corrupción al cooptar autoridades, son la punta del iceberg. Están el consumo, la hipocresía financiera, la impunidad. Es decir, se trata de un fenómeno social (educación, salud), cultural, económico y no solo policial o, ahora, militar.
Que los políticos callen frente a la decisión del Gobierno de convertir en “prioridad” de las Fuerzas Armadas el combate al crimen organizado es la evidencia de esa parálisis.
La intervención militar es popular, sin duda, pero al final solo es más de lo mismo: violencia; ese uso de la fuerza no tiene blindaje frente a la economía de la mafia. El debate público de las drogas es vital, convocarlo, no pasar de largo las distintas aristas, es más efectivo en la construcción de seguridad.