Paúl M. Víctima de la inseguridad en Santo Domingo de los Tsáchilas.
Era feriado. Había hecho mis deberes temprano y fui a jugar videojuegos en un local de alquiler de computadoras, cerca de mi casa (Santo Domingo de los Tsáchilas). Este negocio tiene una puerta de vidrio que pasa con candado y solo se abre cuando llegan clientes. En el techo cuelgan unas campanitas que suenan cada vez que alguien entra o sale.
Prendí la computadora y coloqué mi juego favorito. A los 20 minutos, tres personas tocaron la puerta. Por su apariencia, tenían 25 años. Eran altos y vestían ropa formal. El empleado del lugar les abrió porque pensó que eran clientes. Minutos después. Gritaron: “¡Quietos esto es un asalto!”.
Mis manos empezaron a sudar cuando vi que estaban armados. Uno de ellos le puso el revolver a una de las vecinas que también estaba alquilando una máquina. Ella empezó a llorar. Los asaltantes se pusieron nerviosos y le pegaron en la frente con la pistola. Los demás clientes nos colocamos debajo de las mesas.
Los ladrones empezaron a empacar el dinero de la caja registradora y los aparatos electrónicos, memorias para celular, flashes memory, etc. Uno de ellos vigilaba la puerta. Por el local pasó un policía que estaba arreglando su vehículo en una mecánica, ubicada al lado del negocio. Él se percató y llamó a una patrulla. Los agentes llegaron y de un disparo quebraron la puerta de vidrio. Cuando escuché la sirena de la Policía, me tranquilicé un poco. Luego tuve miedo de que se armara una balacera. Por segundos pensé que moriría a mis 17 años.
Los asaltantes soltaron las mochilas en las que habían empacado las cosas y salieron corriendo. Los policías fue tras ellos. La calle se volvió un caos; las balas iban y venían. Un asaltante fue herido. La persecución duró media hora. En la noche vi la noticia en la televisión; no podía creer que yo hubiera sido parte de esa violencia.