‘Mi hermano también estuvo aquí por asesinato, no me acuerdo bien cuánto tiempo estuvo, creo que dos años, él tiene ahora 25”, relata Javier (nombre protegido), un joven de 17 años, que ahora recibe terapia individual.
“No me dan la medida (socio-educativa) porque saben que yo no soy, fue otro. El autor está en el Oriente y como la mamá del herido también sabe muy bien quién fue, por eso no me pone la denuncia porque ella sabe bien quién es”, insiste el menor, quien la semana pasada fue internado en el Centro de Orientación Virgilio Guerrero.
“Hay chicos que llegan sin sentimientos de culpa”, dice Rita Proaño, doctora en Psicología que labora desde hace tres años en el centro. Y encuentra una razón: “Crecen en un ambiente violento, existe mucha violencia en ellos y un nivel de valores bastante bajo y concluyen: ‘Es que ya tocó, le apuñalé porque se resistía, no me da de a buenas’. Esas son frases muy comunes entre ellos”, manifiesta.
“Son jóvenes con mucho vacío afectivo, necesitados del cariño de la familia. Aquí se los trata como si fueran parte de una familia, se los respeta”, asegura el padre Gilberto Rubio, director del Virgilio Guerrero, que ahora tiene 60 internos. Él identifica a esta como una causa para la reincidencia de los jóvenes infractores, en especial entre los que tienen un alto nivel de agresión.
En el 2009 el centro recibió a 350 infractores; entre ellos hubo 49 reingresos. En lo que va del año han llegado 27 jóvenes; cuatro de ellos reingresaron.
“La condición antisocial que caracteriza a estos jóvenes es causada, en su mayoría, por el entorno, por eso suelen reincidir”, dice Enrique Aguilar, psiquiatra del Hospital San Lázaro. “No diferencian entre lo bueno y malo de sus acciones, son violentos y tienen un gran problema con la autoridad. Esa conducta es natural para ellos”, apunta.
Proaño coincide con él: “Ellos no tienen una idea clara de lo que han hecho y acusan a la mala suerte. Me dicen cosas como: ‘Por mala suerte me cogió la Policía’, ‘es que el policía ya me tiene pica’, ‘de gana me cogieron’, ‘las evidencias no son suficientes’. Están tan empapados de la Ley que parecen abogados”.
En el artículo 306 del Código de la Niñez y Adolescencia se señala que “los adolescentes que cometan infracciones tipificadas en la Ley Penal estarán sujetos a medidas socio-educativas”.
“El objetivo de estas medidas es lograr la integración social del adolescente y la reparación o compensación del daño causado”, señala Rubio. Esta puede ir de 3 meses a 4 años.
Rubio resalta que la mayoría de jóvenes (al centro llegan menores de 15 a 18 años) se incorpora sin contratiempos a dichas medidas. Estas consisten en talleres (panadería, cerámica, cerrajería y carpintería), terapias, procesos de reeducación, etc.
“Empecé a los 15 años en las drogas. Me indujeron amigos y los problemas en mi hogar”, relata Luis (nombre protegido), quién lleva cerca de un año en el centro. Cumple dos años de una medida. “Aquí adentro tengo más control de mi vida”.
“Mi hermano me dijo que aquí me enseñan, que es como un colegio, lo único que no tengo es mi libertad”, dice Javier, quien antes de ser aprehendido llevaba dos años sin asistir al colegio.