Al final de la cuarta entrega de mis artículos titulados “La universidad en la mira”, se lee: “Para colmo, a la barbarie se la ve en plan agresivo y amedrentador con el fin de que todo se mantenga como hasta ahora: un país de futuro incierto”.
Para tal afirmación: el pensamiento y las conductas que nos habían llevado al desastre de la educación superior respondía a los niveles culturales muy modestos de amplios sectores de la sociedad y de la clase política, por ello huérfanas de las luces del entendimiento de lo que supone la era del conocimiento, la actual, a la que debemos llegar de no darnos por muertos.
En “La universidad ultrajada”, título del comunicado a la opinión pública, firmado por sus máximas autoridades (EL COMERCIO, 10 de enero de 2010), se dice: “El 8 de diciembre del año pasado la Universidad Central del Ecuador, fue atacada por un grupo político, cuyos militantes se cubrieron el rostro para herir al Rector y atacar a los miembros del Honorable Consejo Universitario, destruir el edificio administrativo, declarado patrimonio de la ciudad, hurtar pertenencias y documentos de elevado valor jurídico y académico. Lo hicieron con inesperado grado de animalidad, nunca antes registrado entre páginas y acciones de una institución universitaria. Tan despreciable y grotesca fue esa acometida que utilizaron niños e impúberes, manipulados por la mentira, armados de garrotes”. En los registros gráficos de tal acto vandálico se le ve a una muchachita que con furia le da golpes en la cara a uno de los funcionarios del Rectorado y al señor rector Édgar Samaniego con la cara ensangrentada.
Lo relatado y visto y la filiación maoísta de quien dirigió el hecho me llevaron a leer un libro que esperaba turno.
Se trata de “Cisnes salvajes” de Jung Chang (Circe Ediciones S.A., Barcelona, 2008), que ha merecido decenas de reimpresiones en todos los idiomas, con millones de lectores. En lo que tiene relación con este artículo, es la historia contada por la autora de lo que les aconteció a sus padres, ambos comunistas destacados, durante la Revolución Cultural desatada por Mao Zedong con el fin de aniquilar a quienes no pensaban como él y por consiguiente cuestionaban su poder omnímodo. Millones de estudiantes,
los Guardias Rojos primero y luego los “jóvenes rebeldes” de toda condición social, fueron movilizados.
Las víctimas, también por millones: funcionarios del partido comunista, profesores, científicos, literatos, mandos de las FF.AA. Fueron destruidos museos, laboratorios, bibliotecas. Los padres de Jung Chang torturados, murieron en prisión. Como tantos estudiantes, fue enviada a “reeducarse” en una comunidad campesina primitiva y remota.
Aquel infierno fue obra de Mao, ¡quien en nuestro país tiene seguidores. Les mueve, pues, algo más que su limitado nivel cultural.