El 26 de marzo cambió la vida de tres familias

Más de 60 cámaras tenía Paúl, cuentan su madre Lupita y su hermano Ricardo. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO

Más de 60 cámaras tenía Paúl, cuentan su madre Lupita y su hermano Ricardo. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO

Los padres, los hermanos, los hijos y la novia de Paúl Rivas, Efraín ­Segarra y Javier Ortega contaron cómo han enfrentado su secuestro y su muerte. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO

El telefonazo de la noche del 26 de marzo, con la noticia del secuestro de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, impactó a su círculo íntimo como un tráiler que choca contra un automóvil. No mató a familiares y allegados pero los sacó del camino. Sus vidas nunca más serán las de antes.

Desde el viernes 13 de abril lloran a sus muertos. Esto luego de que el Presidente confirmara los asesinatos a manos del frente ‘Oliver Sinisterra’.

A Guadalupe Bravo, de 75 años, le abruma la sensación de que su hijo Paúl, que en pocos días habría cumplido 46, ya mismo regresará. Con su hermano mayor, Ricardo, jugaba a enviarse por Whatsapp textos del tipo: “Así le atiendo a Lupis”, con la foto de la madre con un plato de comida.

“Era mi compañero”, subraya Guadalupe, y lo describe como el organizador de salidas al cine y a otras ciudades, “un payaso, con el genio de Ángel, su papá”. Ese triste 13 de abril también se cumplieron nueve años desde que su esposo falleció. Y a veces cree que todo está relacionado y hasta escrito.

Más de 60 cámaras tenía Paúl, cuentan su madre Lupita y su hermano Ricardo. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO

Paúl repetía que no la dejaría sola en la casa de La Magdalena, sur de Quito,
adonde llegó a los 15 días de nacido. Se lo prometió a su papá y se lo dijo a Yadira Aguagallo, su novia desde hace cuatro años. La pareja dormía tres veces a la semana en la vivienda familiar y el fin de semana compartía tiempo con la madre.

Hace seis meses, cuenta su madre, Paúl le pidió no enterrarlo en un hueco sino cremarlo y regar sus cenizas por montañas. Entonces, ella le reprochó por hablar tonterías. Hoy necesita que le entreguen el cuerpo para darle paz.

La mamá, la novia y la hija Carolina, de 22, son quienes más sufren por su ausencia. En la mesa -anota la madre- queda esa silla vacía en las comidas.

Y a un lado de su cama hace falta Paúl -comenta Yadira- quien no ha dejado de darle los buenos días y las buenas noches y de dormir abrazada a su ropa.
Ese sentimiento de vacío por la partida se siente también más al sur, en Chillogallo. Los hermanos Cristhian y Patricio Segarra, de 30 y 36, se la pasan mirando el rostro de su padre enmarcado en portarretratos.

Cristhian y Patricio Segarra, de 30 y 36, muestran parte de la colección de Efraín. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO

Los sacan de las cajas, que casi no dejan espacios libres en la sala de su vivienda. Efraín y su madre Teresa se divorciaron hace 17 años. Así que en estos días han tenido que enfrentarse a los recuerdos, desocupando el departamento que alquilaba y llevando todo a su hogar.

En cada lugar encontraron distintivos de EL COMERCIO: adhesivos, agendas, relojes con ese nombre, entre otros objetos. Él -apuntan sus hijos- atesoraba camisetas del Diario o de Últimas Noticias.


Patricio, especialista en turismo y técnico de fútbol, está agobiado. Antes, contestaba un máximo de 10 llamadas al día. Ahora son al menos 50, de ministros y asesores, de la Unidad Antisecuestros, de prensa de Ecuador y de Colombia y de otros familiares.

Los ojos de Cristhian muestran un corazón como en ruinas. Por ellos se escurre la tristeza de haber perdido no solo al padre sino al compañero de trabajo, que en su camioneta lo trasladaba a reporterías.

Galo y Alex Ortega, padre y uno de los dos hermanos de Javier, en su dormitorio. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO

“Esto es como una película de ficción”, describe Patricio. Y cuenta que con su hermano lo más duro ha sido imaginar cómo fue la muerte de su papá.

Aleja esos pensamientos con recuerdos: una vigilia en Cuenca. Lo recibieron 1 200 personas, el Alcalde, prensa y Jefferson Pérez, excampeón de marcha, quien le pidió tener fe y le dijo que Efraín regresaría.

Esa esperanza de volverlos a ver vivos mantenía en pie, como un bastón, a las tres familias. Esa posibilidad se esfumó y en la casa del periodista Javier Ortega, en Conocoto, solo el ladrido de su perra Panchita rompe largos silencios.

Su papá, Galo, de 56, se seca las lágrimas. Respira y saca de un aparador todos los recortes de noticias sobre el secuestro que se publicaron desde el 27 de marzo. Esperaba mostrarle todo al menor de sus tres hijos.

Ya no lo hará. Lo asumió en Lima, el 12 de abril, cuando la Canciller, con los ojos enrojecidos, les dijo que había que volver al país. Él lloró tanto.
Ahora ansía “recibir su cuerpito, los cuerpos de los tres, para despedirlos”. Solloza y se calma. Extraña leerlo, si antes estaba orgulloso de Juanito (Juan Javier), hoy lo está más.

Su hermano Álex es chef y como Yadira, la novia de Paúl, obtuvo unos días de permiso en el trabajo. En medio de los mensajes y llamadas, intenta dormir. Mientras lo hace piensa que estos 27 días no pasaron.

Alex quiere escuchar la llegada de su hermano después de las 19:00, de lunes a jueves. Y, de ser posible, que lo despierte el golpeteo del teclado, como esos días en que se amanecía frente al computador.

Su mamá se ha abrazado a la religión e imagina el día del reencuentro con su hijo. Siente que no lo disfrutó como hubiera querido. Él dejó España para seguir periodismo en Quito y desde hace ocho años trabajaba. Ellos volvieron hace cuatro.

Don Galo admite que el dolor supera sus fuerzas. Se truncaron los sueños de Javier de ser escritor -cuenta- y no deja de llorar. Recuerda su tesis sobre el microtráfico en Quito.

La vida de los Ortega cambió de rumbo, y lo mismo enfrentan los Segarra y los Rivas. Yadira le puso una X a sus planes de comprar un departamento en Tumbaco, con una habitación para la mamá de Paúl. Las tres familias viven el luto.

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