La derecha acaba de ganar las elecciones regionales de Italia. Fue un triunfo de Berlusconi y sobre todo de Umberto Bossi y su partido Liga Norte. ¿Cómo es posible que alcancen una victoria tan contundente frente a la moderación del Partido Democrático? ¿Por qué buena parte del electorado italiano prefiere quedarse en casa antes que manifestarse contra Berlusconi y la corrupción política?Si la prensa muestra las fiestas de Berlusconi con jovencitas prostituidas, un escándalo que provoca su divorcio, ‘il Cavaliere’ (o il Caimano, según el cineasta Nanni Moretti) responde con una gran sonrisa cínica y dice que desde entonces las mujeres hacen fila para verlo. Pone modelos en las listas de su partido y gana.Frente a las consecuencias de la crisis económica en la próspera Italia del norte, Bossi promueve, junto a la autonomía regional, la xenofobia, la homofobia, la confrontación con aspectos que en Europa son irrenunciables conquistas democráticas. Declara que los inmigrantes deben volver a sus bosques para seguir conversando con los monos, y gana las elecciones.En situaciones de crisis social prosperan los discursos que despiertan e incitan las bajas pasiones colectivas. El resentimiento y la venganza deben canalizarse hacia alguna parte, hacia algún enemigo que nos roba el pan cotidiano. ¿Quién es este? Para la xenofobia italiana el árabe – posible terrorista, el sudaca y sobre todo el africano. No importa que el enemigo sea una víctima inocente…Cuando los ímpetus renovadores de una sociedad decaen, cobra fuerza el miedo ante el porvenir. O ante el extranjero, el diferente. En sociedades muy segmentadas (étnica, cultural y socialmente) el miedo mutuo entre distintos es un peligroso caldo de cultivo para enfrentamientos que terminan por destruir la convivencia razonable. Ya no se escucharán las palabras de la sensatez, las que invocan el mutuo respeto.Por el contrario, lo que espera la masa es que sus caudillos les proporcionen las imágenes que puedan concentrar su miedo y su resentimiento. Se pide al demagogo, no importa de qué filiación política, que identifique al enemigo. Así se fermentaron en la democracia moderna los autoritarismos, así concluyeron también algunas revoluciones sociales. El discurso usa el sarcasmo como arma. Comienza con frases racistas o con la mofa de los defectos físicos del adversario, y termina con frases siniestras: “el trabajo hace libres” en las puertas de los campos de exterminio nazis, o la “reeducación a través del trabajo” ante los presos destinados a la muerte en construcción del Canal del Norte durante el estalinismo. El sarcasmo, por desgracia, no solo es un instrumento de los demagogos y los intrigantes políticos sino de apasionados opositores que dicen cuestionarlos. Columnista Invitado