Un artesano preserva el legado musical

Manuel Grande Mazaquiza junto a su hijo Tupak confeccionan los instrumentos musicales en la parroquia Salasaka. Foto: Modesto Moreta/ EL COMERCIO.

Manuel Grande Mazaquiza junto a su hijo Tupak confeccionan los instrumentos musicales en la parroquia Salasaka. Foto: Modesto Moreta/ EL COMERCIO.

Manuel Grande Mazaquiza junto a su hijo Tupak confeccionan los instrumentos musicales en la parroquia Salasaka. Foto: Modesto Moreta/ EL COMERCIO.

Modesto Moreta. Coordinador

Cuando Manuel Grande Masaquiza interpreta la flauta, el pingullo o el pífano obtiene sonidos similares a los que emiten las aves o el silbido del viento.

Los instrumentos musicales que confecciona desde hace 35 años en Salasaka son autóctonos, dice. Sus ancestros los usaron antes y durante la conquista. A este artesano, de 52 años, le tomó más de seis meses investigar la resonancia de esos tres instrumentos antes de comenzar a elaborarlos. Lo hizo en sus convivencias con los antiguos músicos de ese pueblo de Tungurahua. “Son recelosos en dar la información, pero logré conseguirla y en base a eso elaboro los instrumentos”.

Durante la indagación encontró que los ritmos entre los pueblos son distintos. También descubrió que el sonido del pingullo se asemeja al canto del gallo. Algo similar ocurrió con la flauta que tiene una resonancia donde se fusionan el canto del gallo, el cacareo de la gallina y el trinar de las aves como el churopindo (guiragchuro) y el tanicuchi...

“La flauta, el pingullo y el pífano no están afinados a las siete notas musicales que utilizan los mestizos, sino acorde a los sonidos de la naturaleza y del oído”, comenta el artesano.
El taller está instalado en el estrecho corredor de su casa, edificada con paredes de bloque sin revestir, madera y techo de fibrocemento.

El bambú, la materia prima, la guarda en sacos de yute para el secado. Esta madera tarda alrededor de cuatro años en secarse con el propósito de que el instrumento suene bien.

Con destreza interpreta melodías con cada uno de los tres instrumentos. En el mundo indígena solo hay cinco notas musicales, explica. Con el pífano y el pingullo se entonan solo tres notas y suenan especialmente en las fiestas del Inti Raymi con los danzantes, en las ceremonias y otros rituales.

Las herramientas que utiliza son sencillas como el estilete, que sirve para hacer las perforaciones en el bambú y la boquilla por donde ingresa el aire.

La música de Masaquiza está relacionada con la naturaleza y las tradiciones de los pueblos andinos. “Los instrumentos que elaboro no son copias de otros, son los ancestrales que usaban los salasakas”.

Manuel Grande Mazaquiza junto a su hijo Tupak confeccionan los instrumentos musicales en la parroquia Salasaka. Foto: Modesto Moreta/ EL COMERCIO.

En esta parroquia, habitada por 12 000 personas, y ubicada en la vía Ambato-Baños, es el único artesano dedicado a fabricar instrumentos musicales. Según Masaquiza, la auténtica melodía indígena era el ritmo del Changa Marcana que ahora se denomina Capishka.

Su hijo Tupak sigue su legado. Aprendió la habilidad cuando tenía 10 años. “Estamos aún perfeccionando los instrumentos, nos falta investigar más, debido a que la flauta, el pingullo y el pífano no tienen notas exactas. Los abuelos utilizaban en las fiestas y para contactarse con la naturaleza”, indica Tupak.

En contexto

En Salasaka se confeccionan la flauta, el pingullo y el pífano con materiales y sonidos originales. Manuel Grande Masaquiza es el artesano que a través de investigaciones logró mantener este instrumento autóctono. Su hijo Tupak continúa con este legado.

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