¿Qué sacamos con Irán?

Lo lógico sería que la clase política ecuatoriana haga un profundo análisis sobre la dimensión continental que adquiere la muerte del fiscal argentino Alberto Nisman, a la que se pretende maquillar con la coartada del suicidio.

Cuando el sistema democrático de un país garantiza el activismo libre y plural, los políticos de turno salen a los micrófonos y discuten estos temas con la seriedad y la trascendencia que ameritan.

La clase política ecuatoriana, en particular, debiera interesarse por la connotación que tiene la muerte de ese funcionario ocurrida a 5 900 kilómetros de Quito. La hipótesis que Nisman dijo haber comprobado, y que estuvo a pocas horas de exponerla de manera oficial, ponía en un punto muy incómodo la influencia política que el anterior Gobierno iraní habría logrado en Argentina.

La justicia de ese país sabrá determinar hasta qué punto las denuncias de este Fiscal y su trágica desaparición tienen una estrecha relación. Hay demasiadas pistas sobre este caso y una opinión pública generalizada en Argentina que demanda a su Presidenta explicaciones políticas sobre las consecuencias de las estrechas relaciones que tejió con el Gobierno de ese país.

Mientras el caso se aclara, en Ecuador una sana reflexión resulta pertinente. ¿Qué sacó el país acercándose también al Gobierno de Irán, en aquellos años en los que su controversial presidente, famoso por desafiar a los poderosos del mundo occidental con su programa nuclear, venía a posesiones presidenciales y visitas de Estado?

¡Ojo!, esta suerte de fiscalización diplomática no debe llegar a las típicas conjeturas irresponsables. Simplemente, la clase política que tiene el timón de la nación, y que se ha caracterizado por ser tan revisionista, debe explicar a sus mandantes cuán aventuradas fueron también las relaciones con un gobierno como aquel que no trajo réditos comerciales pero sí un fuerte susto con el GAFI. Señores asambleístas, no teman a la fiscalización. Es sano ser autocríticos.

Suplementos digitales