Rousseff tendrá que hacer milagros en su segundo periodo

La delicada situación en la que Dilma Rousseff va a asumir el gobierno este primero de enero la retrata muy bien el reconocido dibujante Chico Caruso en una serie de caricaturas publicadas en el diario O Globo. En ellas aparece una Rousseff pensativa y preocupada, sentada sobre un barril de pólvora, con una mecha cada día más corta, y a punto de estallar.

Lo peor es que el barril está en un campo minado y eso hará mucho más difícil que Dilma cumpla con su deseo de ser “una presidenta mucho mejor de lo que fui”, según prometió al ser reelegida con un margen de solo el 3,2% sobre su contrincante Aécio Neves, ahora cabeza de una fuerte oposición política que no existía desde hacía 12 años, cuando el Partido de los Trabajadores (PT) asumió el poder.

Los 54,5 millones de brasileños que la reeligieron lo hicieron, sobre todo, porque profundizó las políticas sociales que impulsó su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, lo que permitió a más de 40 millones de personas de bajos recursos ascender a la clase media, en una transformación social reconocida en todo el mundo.

El aumento del ingreso de los trabajadores y la tasa de desempleo, que alcanzó mínimos históricos, también contribuyeron a su reelección.

A pesar de esto, la presidenta no tendrá luna de miel en su segundo mandato. Lo inicia con una piedra atada al cuello por el monumental escándalo de corrupción de la empresa estatal de petróleos Petrobras, que desvió dineros públicos por 3 700 millones de dólares en los últimos ocho años, con la complicidad de funcionarios gubernamentales, políticos y empresas privadas.

Además, lo hace en un país dividido, inconforme, pesimista, herido en lo económico, con un Congreso conservador, su popularidad en baja y en medio del creciente desprestigio de su partido, el PT.

También asume con el complejo apoyo político de una coalición de partidos que la dejaría sola en caso de que las cosas empeoraran más, porque “no hay ningún punto de coincidencia programática ni ideológica entre Rousseff, el PT y la coalición política que la respalda”, dice a El Tiempo el experto internacional Brian Nicholson, que acompaña la historia política de Brasil desde hace casi 40 años.

El 2015 será un mal año para Brasil. Lo más probable es que la séptima mayor economía del mundo entre en recesión, crezca solo el 0,2% o menos, y que la inflación se dispare por lo menos al 6,4%, según cálculos del Banco Central. Analistas como Flávio Serrano consideran que la inflación podrá llegar casi al 7% en el primer trimestre del 2015 y otros, que el crecimiento podrá ser de menos cero.

El aumento del precio del dólar y la gran volatilidad del mercado están paralizando, además, todos los negocios y empujando el alza de los precios. Con estas perspectivas, Rousseff tendrá que hacer milagros: entre otras cosas, organizar las cuentas públicas sin que el ajuste fiscal que tiene que hacer sacrifique los importantes programas sociales que impulsó y le dieron la victoria; hacer recortes y, al mismo tiempo, retomar el crecimiento económico, aumentar la inversión y hacer reformas en sectores como salud, educación, seguridad e infraestructura.

La presidenta cierra su primer mandato rajada en lo económico: con un crecimiento medio del Producto Interno Bruto (PIB) de menos del 1,7%, el tercero más bajo en la historia republicana de Brasil.

Cuando empezó su primer gobierno, en el 2011, Brasil venía creciendo en promedio 4% al año durante el gobierno de su antecesor.

¿Qué podrá decir Dilma en su discurso de posesión si las cifras económicas son peores que las de hace cuatro años?
Eso se pregunta el analista Fernando Canzian. “Prometió erradicar la miseria, estabilizar los precios, eliminar las trabas que impedían el dinamismo de la economía, bajar los intereses y simplificar el sistema tributario, pero no lo hizo y usó su capital electoral y el país como laboratorio de experimentos económicos que no dieron resultados”, afirma.

Tres días antes de confirmar su reelección, por ejemplo, anunció medidas para bajar la tasa de interés, pero 72 horas después de elegida el Banco Central anunció el incremento de la tasa básica, que regresó a niveles que existían cuatro años atrás. Por eso uno de sus grandes desafíos será recuperar la confianza de los empresarios e inversionistas, debilitada por las frecuentes intervenciones de su gobierno en el mercado, y buscar salidas que reviertan los pésimos augurios económicos y la mala imagen de Petrobras.

¿Volverán las protestas?

Brasil festejará en el 2015 los 30 años del período democrático más prolongado de su historia. Pero la celebración está siendo opacada por las protestas populares de los indignados y por otras de una minoría que pide el regreso de los militares al poder para acabar con la corrupción de los políticos.

Por todas esas y otras muchas preocupantes señales, Dilma comenzará su segundo mandato con grandes dificultades. Solo el escándalo de Petrobras producirá a Brasil y a su gobierno serios efectos políticos y económicos que, incluso, podrían herir de gravedad la política social de su gobierno y hacerlo tambalear.

En lo político, el escándalo de Petrobras puso a Dilma sobre la cuerda floja, pues “si no actúa con firmeza y destituye a toda la dirección de la estatal y hace una limpieza a fondo, como reclama la mayoría de los brasileños, le estará echando gasolina a la hoguera del inconformismo social creciente”, dice la analista Diana Brajterman.

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