Redacción Quito
Esta guitarra vieja que me acompaña tiene una pena amarga que me tortura… son los versos del popular pasacalle que nació hace 73 años en la calle Morales, mejor conocida como la calle de La Ronda, y que aún se escucha desde el interior de los locales ubicados en este sector del Centro Histórico.
La calle se levanta sobre el antiguo sendero prehispánico que bordeaba la quebrada que descendía desde el Pichincha. “La quebrada de los chochos le decían”, recuerda Miguel Mafla, presidente y vecino de este barrio por más de 40 años.
Hoy, el aroma de los canelazos, que hierven en ollas de barro y aluminio en los portales de varios zaguanes, invade el olfato de las decenas de visitantes nacionales y extranjeros que llegan a diario.
Desde la puerta de su local, Lorena Llibisaca invita a los transeúntes a probar los choclos con queso y los canelazos de naranjilla que le enseñó a preparar su suegra Domitila Jumbo.
Desde que concluyó el proyecto de recuperación, “el sector se ha vuelto más seguro”, comenta. Esto favoreció la apertura de galerías y negocios de comida y artesanías que cada vez atraen a más personas. Lo mismo opina Yolanda Cevallos, quien con cuchara de madera en mano mece lentamente el jugo de mora hervido que sirve en pequeños vasos con o sin ‘puntas’, según el gusto del cliente.
Pero Mauricio Saona disfrutaba de su canelazo con aguardiente mientras paseaba con sus amigos, la noche del pasado miércoles.
El lugar guarda anécdotas e historias como la que cuenta Adriana Larco. “Eloy Alfaro también fue arrastrado por este empedrado”, narra la lugareña que hoy administra el local Calicanto que fue nombrado así por las duras paredes de adobe que se han mantenido por años.
Además de las guayusas, en el local de Larco también se encuentran dulces y golosinas tradicionales como las colaciones, los rompemuelas, las bebas, los tabacos de dulce y más. Eso llamó la atención de Tomás Olivo y le trajo recuerdos a su madre Consuelo Cruz. “Cuando era pequeño le compraba una beba y delicados para que se lleve al colegio”.
“El nombre de La Ronda viene de una costumbre europea en la que llamaban así al callejón que había entre el muro de las ciudades antiguas y las casas de la villa”, comenta Mafla. Pero los lugareños y visitantes tienen sus propias versiones. “El lugar fue conocido por los enamorados que llegaban con sus guitarras a cantarles a las muchachas que vivían en esta calle”, comenta Saona. Desde 1880 esta calle lleva el nombre oficial de Juan de Dios Morales, uno de los próceres de la revolución quiteña de 1809.
Todo ese legado histórico, el ambiente, las artesanías y la comida que se ofrecen en esta callejuela sedujeron al chileno Marín Raddatz, quien piensa regresar algún día con su familia.
Siguiendo la vía, al otro lado de la calle Guayaquil, un trío de trovadores entona una canción popular esperando la generosidad de los visitantes, quienes les entregan una que otra moneda a su paso. Casi al final de la calle, la música en vivo es la principal atracción de la Vasija del cóndor, un restaurante donde se pueden saborear platos típicos como llapingachos, mote con habas o locro de papa con aguacate, que vienen bien con un vaso de chicha.