Rafael Correa querrá pasar a la historia como el mejor Presidente del Ecuador. Está en su derecho; al igual que sus antecesores que, con total seguridad, pensaron lo mismo.
Es un anhelo legítimo. Correa no necesita que sus seguidores de Alianza País se lo digan a cada momento, con esa devoción ciega.
Por eso, ahora más que nunca, debe meditar si la decisión de buscar una nueva reelección, cambiando la Constitución, le garantizará esa trascendencia histórica.
Una nueva candidatura puede ser un paso en falso. El argumento principal para sostener este argumento es que la fiebre de la re-reelección tomó bríos luego del 23 de febrero, cuando Alianza País experimentó su peor resultado electoral. Falta de organización interna, inexistencia de cuadros y relevos, sectarismo… Cuántos pecados se confesaron la noche en que el oficialismo no hizo su fiesta.
Si la nueva candidatura de Correa es producto de esta crisis partidista, la campaña de cara al 2017 no pintará bien. Para entonces, él habrá ajustado una década en el poder. Será un caso inédito, ya que ninguno de los caudillos de los libros de historia (Flores, García Moreno, Veintemilla, Alfaro, Velasco Ibarra…) gobernaron de forma ininterrumpida por tanto tiempo. Así como pasó con ellos, el desgaste lo afectará.
Alianza País está consciente de ello. Por eso, esta vez soslaya su estrategia plebiscitaria prefiriendo introducir la figura de la reelección indefinida, a través de los votos de una mayoría legislativa que, en estos 12 meses de gestión, no ha tenido luz propia.
Correa dice que le angustia que su proyecto político quede trunco y que los neoconservadores ganen terreno. Más peligroso, entonces, será dar el paso hacia la elección del 2017. Si su voz y su rostro son lo único que la revolución ciudadana puede mostrar en términos electorales, una derrota sería una hecatombe para quien todo lo mide en votos. Perennizarse en el poder no siempre es sinónimo de trascender