En iglesias y hogares de San Francisco de Quito, desde el siglo XVI, se arman al modo tradicional –invento del Poverello de Asís- las representaciones conocidas con el nombre de ‘nacimientos’, conjunto de imágenes y arreglos paisajísticos que reproducen el pesebre donde nació el Niño Jesús, los eglógicos alrededores, el cielo tachonado de luceros con la fulgurante estrella de Belén, los ángeles que proclaman “gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
En el fondo de la gruta, escoltadas por un asno y un buey, humildes y soberanas a la vez, predominan las imágenes de María, la dulce madre que acaba de dar a luz su único hijo en precarias condiciones; san José con su solícita atención y, en sencilla cuna, el tierno recién nacido que inspira infinito amor, Rey de Reyes, pues ya se ve a los Magos que, desde lejanas tierras se aproximan con sus espléndidos regalos de oro, incienso y mirra.
Todos hemos participado, y no pocas veces, en estos arreglos: armar el belén en el mejor sitio, añadirle coposo árbol navideño, adornarle con múltiples hileras de coloridos y diminutos focos que nos hacen guiños, y concretar fechas e invitados para la novena, nueve días de plegarias con exultante devoción al Todopoderoso Hijo de Dios, reducido a inerme infante por amor a la humanidad. Emotivos recuerdos vienen asociados, en cada persona mayor asistente, a la memoria de la ya desaparecida madre, o padre, o abuelos, o hermanos, porque la fiesta de Navidad es motivo siempre, para íntima reunión de familia.
Rezar la novena es, por eso, irrenunciable deber que ningún grupo de parientes se niega a practicar, animados por simultáneos sentimientos de alegría y nostalgia, llanto y sonrisas, esperanza y fe. Peticiones por el mundo, Iglesia, patria y familias, cuidado de la rica y bella naturaleza, preocupación por los más necesitados: pobres, mendigos, enfermos, prisioneros.
Afamados escritores, teólogos, predicadores, poetas han ensayado sus plumas para crear nuevas formas de expresión a las inmutables verdades, misterios y milagros que encierra cada novenario: nueve plegarias reflexivas y una oración final uniforme. El cántico de villancicos, en universal repertorio, finaliza los ritos. Junto con las voces sale a relucir cada instrumental típico. Las reuniones familiares culminan con sencillo ágape, siempre rico de sentimientos por pobre que sea.
Año tras año se arman los belenes y se reza la novena en templos y hogares. El Municipio mantiene concurso anual al mejor arreglo. Los museos, aun foráneos -por ejemplo en Santiago de Chile- custodian alusivas expresiones artísticas de nuestra afamada Escuela Quiteña. Destacadas familias han conservado obras maestras, por ejemplo la serie de imágenes de Caspicara, que logró adquirir don Jorge Mantilla Ortega.