Como si fueran formatos pensados para la industria televisiva. La forma de gobernar y ejecutar el poder político ha adquirido gran relevancia en la Argentina de estos días. Cuando se evalúan los primeros lineamientos de la gestión de Mauricio Macri al frente de la presidencia de la Nación lo que sobresale, marcadamente y dramáticamente (en términos teatrales), es el cambio de estilo y una férrea decisión de gobernar sobre lo opuesto en relación a la administración anterior.
La oposición –exoficialismo- califica esta transformación como un retroceso, los propios hablan de liberación, o lisa y llanamente de futuro y de progreso.
El verano argentino viene protagonizando lo que pareciera ser el inicio de un cambio de época, nuevos rumbos que tienen más que ver con las formas que con los contenidos, pero que han modificado el paisaje del escenario político nacional de las últimas semanas. Dicen que los primeros 100 días de un Gobierno son centrales y que marcan el rumbo que guiará la gestión y, aunque todavía no hemos transitado los primeros 30, ya han sido suficientes los gestos para mostrar la impronta de la nueva etapa.
Si bien muchas de las medidas anunciadas fueron anticipadas durante la campaña, lo que parece no dejar mucho margen para las sorpresas y al mismo tiempo entrañan un síntoma positivo en lo que respecta al vínculo de la política y su credibilidad frente a la comunidad, hubo espacios también para anuncios que estaban fuera de la agenda más previsible como la designación por decreto de los dos jueces propuestos para ocupar las vacantes disponibles en la Corte Suprema de Justicia, o el violento desalojo de los trabajadores de la empresa Cresta Roja (que para defender sus derechos laborales interrumpían el tránsito de la autopista que lleva al aeropuerto) anticipando un nuevo equilibrio entre el derecho a la protesta y el derecho a circular sin impedimentos.
Vale detenerse en el intento de designación de los jueces donde Macri fue receptor de críticas de distintos sectores, aliados y opositores por no elevar la propuesta de los magistrados al Congreso de la Nación. Sin embargo, unos días después, la Justicia dispuso la inconstitucionalidad del decreto, posponiendo de este modo su nombramiento.
El ida y vuelta con los jueces, de los que nunca se pusieron en duda sus antecedentes, fue para muchos el primer traspié de Macri.
Otro funcionario que parece haber apostado todo su prestigio sin tener las mejores cartas para jugar fue el ministro de Economía, Alfonso Prat Gay que precipitó la salida del cepo al dólar, una medida cambiaria restrictiva que había dictado su antecesor kirchnerista con el objetivo de evitar la fuga de dólares de la Argentina, cuyas reservas mantenían una tendencia decreciente.
Una medida que en el corto plazo parece estar impactando en la economía de manera positiva (el dólar no creció como se especulaba) pero que habrá que ver cómo impacta en el grueso de la población, en las paritarias del año entrante y en los precios de los servicios más básicos.
¿Alcanza con el triunfo de Macri en las elecciones presidenciales y sus primeras medidas de Gobierno para afirmar que estamos frente a una nueva Argentina? Todavía es difícil arriesgar una respuesta pero de lo que podemos estar seguros es que existen señales que muestran una nueva etapa en las formas de ejercer el poder.
Al mismo tiempo, no solo cambian las formas de gobernar sino que también parecen modificarse las formas en las que la comunidad, el pueblo, la gente, se relaciona con sus gobernantes y sus determinaciones. A modo de ejemplo, podría mencionarse el llamamiento que hizo la Vicepresidenta a canalizar las donaciones para los damnificados por las inundaciones que sufre por estos días el Litoral argentino a través de una ONG, desvirtuándose así las responsabilidades estatales.
Es claro que ningún argentino puede desear que a su país le vaya mal y la mayoría de los dirigentes opositores lo han entendido así. En el mismo sentido, el nuevo gobierno debería no dar marcha atrás con todo sino que el mayor desafío es poder avanzar e innovar en materia de política pública sobre la base de lo hecho años anteriores.
Podría citarse rápidamente dos casos antagónicos: la continuidad del Ministerio de Ciencia y Tecnología que mantuvo su conductor, y la contramarcha en el caso de la resistida intervención de la autoridad de aplicación de la largamente debatida Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, tomando como principal argumento la militancia partidaria de sus autoridades.
Más allá de continuidades y cambios, Argentina necesita seguir creciendo en su vida democrática y eso se logra sin tener que empezar de cero cada 4 u 8 años. Es saludable que los gobiernos y sus funcionarios pongan su impronta y estilo de gestión, que puedan enderezar o torcer el rumbo en las áreas donde se necesitan establecer nuevos parámetros pero siempre con la mirada puesta en el futuro del país y en mejorar la calidad de vida de las personas que habitamos en él.
2016 será un año donde no habrá contiendas políticas formales, por lo que es tiempo de disponer todos los esfuerzos para gobernar y dejar gobernar con la herramienta del disenso y la búsqueda de consensos. Los primeros indicios muestran el sesgo del cambio más en las formas que en los contenidos, y esta característica puede ser el camino para consolidar políticas de Estado de mediano y largo plazo.
Argentina y la región necesitan de acuerdos que trasciendan las disputas partidarias que constituyan verdaderas y legítimas políticas de Estado. Estamos frente a la oportunidad de reivindicar el rol de Parlamento que exigirá que el Poder Ejecutivo ejercite su poder de diálogo y negociación para poder sancionar las leyes que envíe al Congreso. En esta línea fue la reunión que el Presidente organizó con los Gobernadores de las 24 jurisdicciones, otra demostración de la época de los gestos.
Macri parece haber decodificado rápidamente los misterios del ejercicio del poder, y los vericuetos del mismo, y parece tener muy presente –como un fantasma con el que deberá convivir durante los próximos 4 años- la imposibilidad que han tenido los gobiernos no peronistas para gobernar y completar sus mandatos. En este sentido, trabaja desde el primer día por garantizar gobernabiidad y capacidad de gestión, y para ello estableció nuevas alianzas con sectores que habían quedado relegados en años anteriores como el campo y el sector empresario más duro.
En poco tiempo, Mauricio Macri ha dado señales de cómo será la administración de su Gobierno. Los más críticos plantearán que el nuevo Estado se alejó de los sectores populares, otros manifestarán que el país necesitaba una reparación histórica que viniera a saldar las deudas y a corregir los errores del kirchnerismo.
En esta línea y con intensidad buscó imponer agenda mediante una serie de anuncios positivos (como el aumento de las asignaciones universales, el fin del cepo, la eliminación de las retenciones al campo, entre otras) que día a día parecen esfumarse al ritmo de la realidad de un país que nunca descansa.
Quizás por nuestras eternas contradicciones, el empresario devenido en dirigente -que comenzó sus primeros pasos en la política luego de la crisis de representación nacida de la crisis que azotó al país en el 2001- se haya autoimpuesto la premisa de unir a los argentinos.
Un objetivo de carga simbólica grande, que encarna una tarea que se presenta como dificultosa pero que a su vez coloca en un lugar de mayor comodidad a la propuesta de Cambiemos.
Mucho más utópico pareciera ser la posibilidad de cambiar el contenido del quehacer político en tanto práctica (valga como ejemplo la utilización del recurso de los Decretos de Necesidad y Urgencia) donde Macri parece no diferir demasiado de sus antecesores, independientemente de los destinatarios directos de sus políticas de Gobierno.
*Titular de la cátedra La Comunicación como herramienta política (Universidad de Buenos Aires)