Marco Arauz Ortega
Subdirector de Contenidos
Encuestadoras de distintas tendencias coinciden en que la popularidad del presidente Rafael Correa, si bien se mantiene alta en relación con los promedios históricos, ha experimentado una baja en las últimas semanas. La mayoría lo atribuye a la percepción de los efectos de la crisis económica, pero varios de ellos no dejan de mencionar el posible impacto de las denuncias sobre los contratos de su hermano mayor con el Estado.
Alguno va más allá y estima que el efecto del caso Fabricio no es definitivo y puede revertirse. La pregunta inevitable es cómo. La única respuesta posible es enfrentándolo, sin acogerse al silencio y sin tratar de desviar la atención.
Buena parte del interés público se dirigió en los últimos días a la febril participación del presidente Correa frente a la crisis en Honduras, que finalmente parece encauzarse por el diálogo entre los bandos internos en pugna. También ha captado la atención el cruce de demandas entre Colombia y Ecuador, que ha bajado aún más el nivel de las relaciones.
Pero ninguno de los dos temas -pese a que el último puede ser un buen combustible interno para los dos gobiernos- ha relegado la agenda interna. Si bien Fabricio Correa parece haber abierto una tregua tras sus andanadas, los organismos de control no dan pasos convincentes y el silencio presidencial no convence.
Esto se debe a que no se trata de un asunto privado sino totalmente público sobre el cual hay demasiados cabos sueltos; es difícil que alguien que se pronuncia incluso sobre los asuntos públicos más nimios no tenga respuestas. En esas condiciones, ¿es reversible el caso?