Seguramente competirá como la frase política del año. Y es oportuno reflexionar sobre ella, ahora que el país conmemora los 35 años del inicio del gobierno democrático de Jaime Roldós Aguilera.
La revolución ciudadana dibujó el concepto de la restauración conservadora, a partir de la derrota electoral de Alianza País en Quito, el 23 de febrero. Desde que Mauricio Rodas entró en la arena política, el oficialismo lo relacionó como un político de derecha, atado a los partidos de la ‘larga noche neoliberal’.
Entonces, como Rodas triunfó de manera contundente en Quito, así como Jaime Nebot lo hizo por cuarta vez en Guayaquil, el presidente Rafael Correa habló del regreso de los conservadores. Y, trayendo también a colación el nombre de Guillermo Lasso, volvió a instalar a los fantasmas de esa época como la crisis bancaria, la deuda externa, el entreguismo, cero obra pública, las oligarquías…
Desde el 23 de febrero no hay personaje del oficialismo que no reproduzca la idea la restauración conservadora.
Pero como para entender a la política hay que ir más allá de lo que los políticos dicen, un buen ejercicio puede ser medir las últimas acciones del Gobierno según el parámetro conservador-progresista.
Los resultados pueden ser asombrosos. La Asamblea de mayoría verde no incluyó en el Código Penal la despenalización del aborto para casos de violación. Cuando ese debate estuvo por romper al oficialismo, el Presidente dijo que el aborto va en contra de sus convicciones morales. ¿No es eso ser conservador? ¿No lo es acaso un movimiento que apadrinó a un Código Penal hiperpunitivo?
El Estado se ha opuesto también al matrimonio igualitario. Y, de momento, no hay sector que haya confrontado más con el Presidente que las bases de izquierda que lo apoyaron en el año 2006, como la Conaie o el ecologismo.
Un gobierno que busca introducir la figura de la reelección indefinida, como pasó con García Moreno, tiene una clara impronta conservadora.