Dimitri Barreto P. (O) Macro Editor de EL COMERCIO
La tarde del domingo 9 de noviembre, @Gavuchis (su nombre se mantiene en reserva) publicó un mensaje en Twitter que luego apareció retuiteado (RT) en la cuenta de EL COMERCIO. El RT no fue hecho por el Diario; la hipótesis es que una persona ajena lo hizo. El periódico lamentó lo ocurrido, cambió su contraseña y mejoró su seguridad.
La primera razón de este espacio es ofrecer disculpas, sinceras, a @Gavuchis, porque tras la viralización de su post hubo reacciones virulentas, incluso amenazas, en Twitter.
El segundo motivo es alertar sobre el clima hostil que exacerba las redes sociales. Sí, la libertad de expresión debe sostenerse en el respeto por el otro. Tampoco puede ser que una burla derive en amenazas.
¿Cuánto de la furia en las redes sociales, en la cotidianidad y en la calle, tiene como combustible el discurso de los líderes?
¿Cuánto inciden las palabras de quienes despotrican contra opositores o contra quienes piensan diferente, pisoteando principios como la presunción de inocencia?
El Código Penal ecuatoriano castiga la violencia psicológica por odio con hasta tres años de cárcel. Igual pena aplica para el delito de discriminación, en cuyo caso la pena llega a cinco años si el perpetrador es funcionario público.
El viernes 7 de noviembre, en la conferencia Periodismo en Debate, en la USFQ, Susan Benesch, especialista mundial en discurso peligroso, dejó dos mensajes claros en Quito.
Uno es que el discurso de odio en redes sociales no se restringe solo a usuarios anónimos (llamados ‘trolls’), sino que cualquier persona puede ser un ‘troll’, sin saberlo; basta con que participe en la cadena de mensajes peligrosos, arrastrada por enojo. El otro mensaje es que el discurso de odio cambia a una sociedad.
Urge encender las alarmas. Contrarrestar los ataques en redes sociales y fuera de ellas, desde lo público (la Fiscalía no puede abstenerse de investigar delitos de odio) y desde lo ciudadano, con el rechazo colectivo, pacífico, a estos atropellos. Que el clima de violencia no se convierta en parte de la vida.