Rearme en la Unasur

Una reunión de Cancilleres y Ministros de Defensa de los 12 países de la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), convocada en Quito, acaba de finalizar abruptamente ante la negativa de Colombia a informar sobre sus tratados castrenses con Estados Unidos de Norteamérica, en virtud de los cuales habrá siete bases en territorio colombiano con la presencia de militares y armamento estadounidenses.

La secretaria de Estado norteamericano, Hillary Clinton, denunció que Venezuela ha adquirido en Rusia tanques, misiles y equipo antiaéreo por USD 2 200 millones, “lo que ciertamente despierta la pregunta de si habrá una carrera armamentista en la región”.

Brasil convino con Francia vender en Latinoamérica aviones de guerra galos ensamblados en fábricas brasileñas. Por último, el Sipri Yearbook of World Armaments dice que los estados del Cono Sur compraron USD 34 100 millones  en equipos bélicos en 2008, mientras un año antes solo gastaron 26 000 millones.

El morbo del rearme y el pánico que inspira en la gente de paz se remontan a 1946 y 1947, a poco de finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando la ONU creó la Comisión de Energía Atómica y la Comisión de Armamentos de Tipo Corriente, respectivamente, para “negociar un Pacto mundial sobre reglamentación, limitación y reducción de todas las Fuerzas Armadas y los armamentos tanto nucleares como convencionales”.

De ahí en adelante, casi todo esfuerzo internacional en pro del desarme total ha sido boicoteado por los llamados “mercaderes de la muerte”, duro epíteto con el que se  denomina a los cónclaves pacifistas a los fabricantes de armas de destrucción masiva, los que son financiados por las potencias industrializadas que exportan ingentes arsenales a los pueblos subdesarrollados, atizando así al mismo tiempo entre ellos un ambiente de confrontación y recelo mutuo.

La Arms Control & Disarmament Agency calcula que anualmente los fabricantes bélicos norteamericanos exportan a otros países (muchos de ellos con un PIB inferior al 1,15%) unos USD13 700 millones en armas, cada vez más letales y sofisticadas, donde los presupuestos militares sobrepasan hasta en un 30% la asignación nacional para educación, salud y vivienda popular. Cifras similares son manejadas en su provecho mercantil por otras potencias manufactureras competitivas de las norteamericanas.

Esta paradoja ocurre en regiones en que los países están expuestos a presiones geopolíticas, en las que las rivalidades entre las grandes potencias obligan a los débiles a alinearse ideológicamente para no ser absorbidos por el más fuerte y en las que la dependencia es el precio para salvar la supervivencia. ¿Será este el costo que pagará la Unasur para ingresar al club plurinacional?

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